viernes, 18 de septiembre de 2015

(9) See you later. Compuestos y sin camión en Epupa Falls

"See you later", nos despidió el encargado de Doro Nawas cuando abandonábamos el lodge. Lo que nosotros entendimos como una frase de cortesía ("hasta luego") escondía algo más. Al menos, eso pensamos durante todo el día a la vista de los acontecimientos que se fueron  sucediendo.

 

Y los acontecimientos no fueron otros, ni más ni menos, que, de entrada, nuestro flamante camión-bus se averió. Ocurrió pronto, cuando empezábamos a descabezar nuestros primeros sueños sobre la pista de tierra compactada. El día había empezado temprano incluso para los cánones madrugadores de esta ruta. Diana a las 4.15 para desayunar a las 5.00, ya que Paulo vaticinó que el día iba a ser largo. ¡Y tanto que lo fue!. Tras un opíparo desayuno, cargamos las maletas en el bus todavía de noche, y en este admirable lodge tuvieron la precaución de que hubiera unos mozos disponibles para el traslado de los bultos a cambio de una pequeña propina  ya que las cabañas estaban en algunos casos a 200 metros o más, con suelo arenoso y pendientes, un cóctel con demasiados grados para muchos de nosotros.



Lo cierto es que a las 5,45 ya estabábamos en ruta, algo no sencillo de conseguir cuando viajan 19 personas. 45 minutos después el camión se detuvo en la proximidad de un poblado en medio de nada.




Se nos informó que el radiador perdía agua y todo indicaba que la avería que se reparó en Swakopmund seguía viva. Mientras iniciábamos una larga espera, algunos dimos un paseo por la zona y fotografíamos a estos niños guapísimos . 




Las cabras, estaban todavía recogidas en este curioso corral. 




Conseguir ayuda no era sencillo ya que no había cobertura de móviles y Paulo no contaba con teléfono satélite (tomad nota en Kananga). Por medio de la radio se pidió ayuda y sobre las ocho aparecieron tres todoterrenos para llevarnos al lodge que habíamos abandonado esta mañana ("¿see you later?"). En tanto se decidía qué hacer, el conductor seguía cuerpo a tierra intentando reparar la avería, Lucky y Thembi descansaban aguardando acontecimientos y nosotros hacíamos lo propio instalados en las sillas y buscando la sombra, pues el sol comenzaba a apretar.



Por resumir, sobre las 11,30 nos fuimos de allí, pero en lugar de a Doro Nawas nos llevaron a otro lodge de la misma cadena mientras se producía el milagro del arreglo o Paulo lograba una solución. Recalamos en Damaraland Camp, también de Wilderness, que al parecer estaba más cerca. En el camión quedaron el chófer y un mecánico recién llegado.



Nos instalamos, cada uno a su bola, en un amplio hall-vestíbulo-sala de estar cubierta. Estábamos comprobando por qué Kananga advierte en su publicidad que el viaje tiene un componente de aventura en África, donde no es sencillo resolver determinados problemas, y que el programa podía experimentar cambios por imprevistos. 



Estábamos solos en el lodge, por lo demás muy cómodos. Habíamos madrugado y disponíamos de un ordenador con conexión a Internet. Las horas iban pasando sin hacer nada especial, pero descansados. 




Incluso se podría decir que muy descansados/as.



Cada uno entretuvo las horas como pudo, charlando, durmiendo o jugando a las cartas, pero, sobre todo, en plan relajado, teniendo en cuenta que hacía bastante calor. 




Paulo conectó con Kananga, pero todavía no sabíamos cómo se iba a resolver la situación.



Total, que tomamos un refrigerio, bebimos unas cervezas y sobre las cuatro volvimos a embarcar en los todoterrenos camino del camión.




Así que, vuelta a la pista/carretera y un rato después al camión-bus, que seguía en el mismo sitio y con los mismos síntomas, aunque no habían parado de fozar para arreglar el radiador. A su resolución se habían apuntado varios mecánicos aunque tampoco teníamos muy claro cual era su grado de profesionalidad.



Finalmente, Paulo decidió que si en 15 minutos el camión no estaba reparado seguiríamos ruta en las dos furgonetas que la empresa había enviado, cada una con un remolque para el equipaje. Mientras tanto David, nuestro baby, dejó constancia de sus habilidades grafiteras en la pared trasera del vehículo.


 

Pasados esos minutos sucedió lo imaginable: descargamos el equipaje, recogimos las pertenencias y nos instalamos en las furgonas...unos vehículos urbanos y a todas luces inapropiados para circular por las pistas namibias. Supuestamente, cuando nuestro camión estuviera reparado nos daría alcance. 





Pero claro, todo era demasiado sencillo. Diez minutos después de salir, la primera furgoneta observó que la segunda no le seguía. Media vuelta. ¿Qué había pasado? Pues se le había roto una correa o algo así, aunque pudo repararse enseguida. Empezábamos a sospechar que había gato encerrado ante tanta incidencia. Para más inri apareció en ese momento el encargado del Doro Nawas Lodge, sí, el del see you later con el que optamos por escacharrarnos de la risa ante la situación. Lo que siguió a partir de aquí fue un largo e incómodo viaje en el que vimos ponerse el sol.



Dentro de las furgonas hacía calor, pero con las ventanillas abiertas entraba el polvo por kilos. Por tanto, buscamos el equilibrio y aguantamos lo mejor que pudimos. Sobre las nueve y media de la noche,  llegamos a Kamanjab, que no estaba en nuestra ruta pero fue el único sitio donde al parecer encontraron cobijo digno para 22 personas. Llegamos, nos instalamos en una especie de hotelillo más o menos digno. Estábamos sucios y molidos, con el pelo blancuzco del polvo, pero elegimos cenar antes de ducharnos, para irnos a la cama cuanto antes. Del equipaje, ni comentario. El polvo entraba en los remolques y las maletas eran ahora literalmente blancas. Al día siguiente madrugamos como siempre y en las mismas furgonas, pusimos rumbo a Opuwo.



No sabíamos si nuestro camión resucitaría en algún momento tras los cuidados intensivos o había muerto definitivamente para esta nuestra ruta con lo cual tendrían que facilitarnos otro para continuar. Lo bueno es que el trayecto, como novedad, estaba durante unos 140 kms asfaltado y a media mañana estábamos en Opuwo, un poco más relajados.


Aquí tuvimos nuestro primer contacto con los Himba , a los que conoceríamos más a fondo, una tribu que se caracteriza por un aspecto inconfundible.   






Los niños, con el magnífico aspecto de siempre.





Las madres cargan con ellos mientras intentan vender productos de artesanía muy sencillos. 





Aunque estés en la furgoneta, te asedian buscando algo de dinero. Agobia e impresiona, o quizás al revés. Y el regateo es obligado si dices que no de entrada.




En esta localidad observamos contrastes, gente vestida casi a la occidental y otras a su estilo tribal. Y el pueblo, sucio y descuidado en el centro, y tremendamente sucio y lleno de basura en cuanto abandonabas la plaza central y la carretera principal.




También conoceríamos la cafetería más desorganizada del mundo. Un espacio amplio para los clientes y pequeño para el personal, sin mostrador ni sitio para trabajar y en donde media docena de camareras se estorbaban unas a otra sin espacio para bandejas y platos. Consecuencia, casi una hora de espera  para un café con tostada.




Por medio del pueblo paseaban con naturalidad mujeres himba con el pecho descubierto, la piel pintada de color ocre lo mismo que el pelo, en trenzas de este color acabadas en una especie de plumero. Al principio como que sorprende, pero según pasa el rato empiezas a acostumbrarte.




El rato de la parada se empleó en desayunar, descansar de la furgona, comprar algo en el super y, sobre todo, ver el ambiente. Y a seguir viaje.




Dentro de la furgona volvimos a colocarnos los atavíos para soportar el polvo colocando las piernas cada uno como podía. Aparte de la pista, a partir de Opuwo hubo numerosos y profundos badenes y desvíos por obras que sufrieron de forma especial los compañeros que iban en una furgoneta del chófer-rastafari, un poco temerario. Comprobaríamos que no solo lo parecía.




Sobre las 13 horas llegamos por fin a Epupa Falls para conocer el lugar y sus cascadas en el río Kunene ("agua grande", significa) que es la frontera con la vecina Angola. 





Estábamos en la parte superior de Namibia. Nos instalamos en un cámping, el Epupa Camp, en el que Kananga tiene una zona reservada. Tiendas con camitas y sábanas bajo los árboles, pegados al río y duchas y servicios al aire libre, pero en aceptables condiciones. Dejar un rato las furgonetas fue un alivio aunque esta vez no tocara un lodge.



A Epupa se sube para ver las cataratas y conocer a los himba. Después de comer empezamos por lo segundo. En las furgonas, nos llevaron a conocer un poblado de esta tribu. Antes, nos dieron indicaciones sobre la forma de comportarnos y Paulo acudió pertechado con comida (harina de maíz y cosas básicas) para entregarles. 





Fuimos con una guía, himba ella pero con estudios y vestida a la europea, que hizo de intérprete. En la foto superior está con un cráneo de cocodrilo en la mano.



Íbamos preparados, habíamos visto mujeres himba (¿dónde están los hombres?, supuestamente pastoreando) en Opuwo y desde el camión, pero el poblado y estas personas nos provocaron un choque cultural. Como se ve, van untadas con una mezcla de colorantes y una especie de grasa que les da ese color tan característico. 





Con el pelo se hacen unas trenzas untándolo con el mismo producto y al final colocan ese matojo de pelo artificial y no se cubren el pecho. El poblado lo forman unas chozas espalladas hechas con troncos, paja y un recubrimiento formado por barro y bosta. 




Estuvimos un rato dentro de una y resulta algo asfixiante. Inimaginable vivir así. Simplemente, no tienen nada, salvo el ganado, esas chozas y harina de maíz. Ah, y el agua, a efectos higiénicos, no existe para ell@s, no la tocan, no se lavan.



El pelo no lo llevan de cualquier manera. La colocación de las trenzas indica la fase de la vida en la que se encuentran. 


No pusieron problemas a fotografiarnos con ellos. 




Abajo Fely con una niña. El peinado es diferente para evidenciarlo: dos trenzas cortas sobre la cabezasobre la frente, como dos cuernecitos.



En las chozas solo vimos unas pieles en el suelo, y poco más. 

 


Están ahumadas del fuego que tienen en el centro.




Cocinan haciendo un fuego delante o dentro de las casas, de forma primitiva. Y se doblan como si la espalda fuera un bien eterno.



A la portavoz himba le encantaba que se fotografiaran con ella y Juanma lo hizo. La mano queda luego pringada. No es una sensación agradable para nuestras costumbres. Tener todo el cuerpo embadurnado así....



Había varios tipos de cobertizos, todos de tipo similar. Pero el que nos impactó sobremanera fue el "frigorífico" que se ve a continuación. Tenían gran parte de una vaca así, al aire libre, con moscas, en un día caluroso, situado a unos dos metros del suelo, supuestamente para secarse y lejos de los perros. 



Estuvimos allí un buen rato, nos informaron de sus costumbres, de que son seminómadas y que suelen asentarse cerca de cursos de agua. Nos enseñaron artesanía que algunos compraron . Salimos bastante impactados. Entre otras cosas, por su costumbre de quitarse los cuatro dientes inferiores centrales para facilitar silbidos que usan mucho para comunicarse. ¿Cómo se los quitan? Con un palo y a golpes, un sistema sangriento según la intérprete que deja a los niños mazados unos días. Nos provocó sudores escucharlo.



Tras la excursión volvimos al campamento, en cuyas inmediaciones David se hizo esta foto. Abajo, Fely cruzando el puente colgante sobre el río a una isla privada del cámping. Nos dijeron que nadie se bañaba por los cocodrilos .



Después nos acercanos a las cataratas, que en esta época del año tienen poca agua. Están en medio de Angola y Namibia, algo que parece consustancial a los saltos de agua como pasa en Niágara (USA y Canadá), Iguazú (Brasil y Argentina) o las que cerrarían el viaje, las cataratas Victoria (Zambia y Zimbawe).



Son unas cataratas fotogénicas, aunque digamos que no grandiosas.



No existe nada parecido a un paseo, a barandillas ni cosas de este estilo. Paulo nos advirtió que no nos acercáramos al borde. Días antes nos había contado que en otra ruta se había caído  un viajero que murió aunque él no era el guía en aquella ocasión. Lo tuvimos presente, más o menos.





Había muchos baobabs en la zona, pero este nos entusiasmó. 



Enorme, impresionante, invitaba a la foto de manual, pero para eso estábamos allí. 
 


Pasamos un buen rato deambulando por el salto y sus alrededores. 




En la foto superior se observa al fondo Angola. 




Tras el paseo, una cervecita, regreso a pie al cercano cámping, cena (¡qué pollo guisado nos preparó Lucky!) y debate en algunos grupos sobre nuestra problemática por el problema del camión y la necesidad de empezar al día siguiente la tercera jornada en las incómodas furgonetas. Hubo quien sugirió cambiar de vehículo, los de una a la otra y viceversa, pero hubo resistencia. La más pequeña, en la que iban unos 8, supuestamente era algo más cómoda, y sus ocupantes no tenían interés alguno en moverse. 



De esa manera, al día siguiente fue el madrugón-madrugón. Levantarse a las ¡3,45!, si, las cuatro menos cuarto. Motivo: teníamos que regresar a Opuwo de camino a Kamanjab donde nos recogería otro camión similar con un chófer que venía de terminar otra ruta. Eso suponía que ya no entraríamos al parque nacional de Etosha por la recién abierta puerta Galton, en el Oeste, donde nos encontrábamos. Tendríamos que hacer un montón de kilómetros y luego entrar por el sur, pero no existía otra manera, insistió el guía en medio de un cierto tumulto durante la noche. Fue un momento delicado. Estábamos cansados de la incomodidad de las furgonetas. 
La foto superior no corresponde a una parada, aunque fue una parada. Corresponde a un ¡pinchazo! en medio de la nada bien de mañana, sobre las seis, cuando estaba amaneciendo. Pensábamos que la reparación sería sencilla.




Pero resultó que  las furgonetas llevaban unas herramientas para cambiar las ruedas que no correspondían a los tornillos que las sujetaban. Incredibol!!. Nos hicimos a la idea de que la cosa iba para largo. 




Vimos amanecer, Juanma empleó un rato en tomar notas y, sin buscarlo, se produjo uno de los momentos más emotivos del viaje. De repente, junto a nosotros  se acercaron unos niños.



Eran sobre las siete de la mañana y hacía fresco. De hecho, algunos temblaban. Venían cubiertos con una especie de mantas, algunos descalzos. Primero aparecieron tímidamente, como sombras movedizas. Y alguno tosía de manera sospechosa.



Nos miraban, les mirábamos y se produjo una interacción de esas que supera barreras culturales, lingüísticas y de todo tipo. Sonrisas, gestos cariñosos, juegos (David estuvo genial) y una comunicación entrañable pese a que prácticamente no pudiéramos comunicarnos.



Y mientras un grupo entrenía a los niños, más bien disfrutaba con ellos, otro se puso a pasear y como a medio kilómetro descubrió el poblado de la imagen superior, de donde con seguridad provenían . Era lo que véis, chozas y cabras y poco más.  Isaac decidió investigar siguiendo un cartel que dirigía a la Escuela.
 




El grupo que llegó hasta allí, sin saber bien cómo, se encontró charlando con el profesor , quien les mostró el recinto y les explicó como funcionaba. Casualmente tenía en el encerado una curiosa leyenda en inglés: Sin educación no hay desarrollo. Vieron pupitres, libretas, trabajos escolares y el material que utilizaban, todo muy modesto.  



Les enseñó un puzzle y un sudoku hecho por él y los niños en plan totalmente rudimentario. 





La charla fue toda una lección para unos occidentales acomodados de paseo por un país pobre y atrasado. Impresionados, hicieron una colecta improvisada para que el profe pudiera comprar algo de material para los niños. Lo aceptó agradecido .



El hombre esperaba a las diez de la mañana para empezar las clases, pues tenía 65 alumnos y algunos de ellos tardaban hasta dos horas y media en llegar a la escuela. Nos recordó una película que todo el mundo debería ver: Camino a la escuela.
.




Arreglado el problema técnico, llegó el momento de irnos. Los niños que nos habían alegrado la mañana, ya más confiados, nos despidieron con alegría. No les dimos nada siguiendo los consejos de Paulo, que insistió en que no les haríamos ningún bien. Si aprenden que acercándose a turistas obtienen algo lo harán por sistema y dejarán de ir al colegio. Lo entendimos, aunque nos costó contenernos. El cuerpo nos pedía otra cosa.
Salimos para seguir viaje a Opuwo y de allí a Kamanjab, pero faltaban cosas por escribir en este guión de tres días diferentes. 



Lo que pasó fue que la furgo pequeña, la cómoda, estuvo a punto de sufrir un accidente por la irresponsabilidad del chófer. Tomó uno de los badenes (la carretera estaba salpicada de ellos para que discurrieran los cauces de agua en la época de lluvias) a velocidad excesiva pese a llevar remolque. Por este motivo golpeó el suelo y estuvo a punto de volcar. Pararon. Estaban demudados y se resistían a seguir viaje con este conductor. La cosa no fue a más porque gente de la segunda furgoneta aceptó el cambio, aunque hasta Kamanjab fueron controlando al chófer que, además, como todos se había levantado a las 3,45.



En Opuwo volvimos a desayunar en la cafetería desorganizada que citamos más arriba y pudimos ver a mujeres himba y herero, con aspectos tan distintos, paseando por las mismas calles.


También la cola de este cajero, en la que aguardaban personas de muy diferente aspecto.


La normalidad de las himba paseando con su imagen tradicional, los niños a la espalda y bolsas de plástico era completa. Incluso vimos a una hablando por un móvil. El grupo, mientras, esperaba por los conductores y los vehículos, que no aparecían. Nos enteramos después de que una de las furgonetas se había averiado por enésima vez cerca del pueblo, pero intentaron evitar que Paulo se enterara. Para ello, avisó al otro chófer, que fue con un mecánico... un desastre.
Por fin, un rato después, seguimos todos hasta Kamanjab, donde nos esperaba el nuevo camión con otro conductor, Stephen, que nos acompañaría los días que restaban. Inmanuel, el anterior chófer, seguía en el mismo lugar con el camión averiado, esperando la llegada de un mecánico de Ciudad del Cabo . No pudimos despedirnos de él.



Felizmente instalados en el nuevo camión y sin novedades llegamos por la tarde a Etosha, un gigantesco parque nacional de una extensión equivalente a las provincias de A Coruña, Lugo y Pontevedra juntas (22.000 kilómetros cuadrados).

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