martes, 8 de septiembre de 2015

(4) Los dos primeros "grandes" en el Kalahari, la "tierra que tiene sed".

A las 5,30 estábamos citados para desayunar, por lo que el amanecer nos sorprendió en plena faena.  

 

Antes, todos pasamos por el baño, con mayor urgencia aquellos a los que el aviso de que alguna hiena podría acercarse al campamento durante la vigilia los mantuvo recluídos en sus tiendas. Disponíamos de colchonetas y sobre ellas extendimos nuestros sacos de dormir. Campismo de aquella manera, ya que Lucky y Thembi se encargaban de la intendencia, montaje y desmontaje de tiendas incluido, aunque desde el principio procuramos echarles una mano. Y el desayuno, con tostadas, cereales, café o té, huevos, beicon y salchichas...

 

Llegamos al Kalahari con ilusión por encontrarnos con alguno de los cinco grandes que son el león, el leopardo, el elefante, el búfalo y el rinoceronte. Antes de entrar en el parque nacional, cuyo nombre significa tierra que tiene sed, hubo que tramitar el permiso en una oficina fronteriza conjunta de Sudáfrica y Botswana, ya que ocupa territorio de ambos países.




Desde el camión, con las amplias ventanas bajadas, empezamos a divisar animales en directo. Es una impresión excitante verlos tan cerca pero en su medio natural. Como alguien comentó, es como en un zoo, pero a la inversa porque ahora los enjaulados éramos nosotros. Realmente fue una sorpresa esta sensación, ya que no la esperábamos. 
 


Los primeros orix nos impactaron por su belleza, envergadura y aspecto inofensivo, casi de dibujos animados. Nos cansaríamos de verlos. También vimos numerosas avestruces y algún chacal.




Varios grupos de ñus.


Son unos bichos muy espectaculares.


Pasado un rato llegó el premio de la jornada y uno de los momentos más espectaculares del viaje. Paulo se había pasado los dos días anteriores repitiendo que no garantizaba que viéramos animales, y mucho menos los más esquivos, caso de felinos y leones. Se curaba en salud, pero los compañeros del grupo que habían hecho viajes similares (caso de Manel y Rosa, que lo repetían 15 años después) daban fe de sus palabras.



En esas estábamos cuando Inmanuel, nuestro avispado chófer, frenó de golpe. Era la señal de que teníamos un animal a la vista, pero por mucho que mirábamos nada veíamos. Pronto supimos que había creído ver un leopardo en un árbol, algo milagroso dado que sus piel lo mimetiza, pero era cierto. Y a los pocos minutos el felino se bajó y empezó a caminar por la cumbre de la ladera situada junto a la carretera pongamos que a unos 150 metros. Silencio expectante en el grupo. Empezaban 45 minutos que justifican un viaje.

 


Nuestro mutismo fue en aumento cuando percibimos que los animales que estaban entre el bus y el leopardo, principalmente los orix, se ponían en guardia. Casi en formación militar en dirección al felino le advertían que estaban dispuestos a defenderse.

 


Empezaron a pasar los minutos mientras el leopardo seguía caminando con parsimonia y algunos springbok le seguían de lejos, aparentemente más atemorizados que los orix, pero ninguno optó por intentar escapar a la carrera. Saben que es la forma de señalarse como presas.
 


Por instantes perdíamos de vista al bicho tras algún arbusto o roca, pero reaparecía al momento. El camión en ocasiones arrancaba para estar siempre frente a él. Pronto nos dimos cuenta que había un bebedero cerca y que allí se dirigía. Como si de una coreografía se tratara, los orix iban girando sus cuerpos para tenerlo siempre a la vista. La expectación entre nosotros era máxima y sólo se oían los clicks de las cámaras.


Por fin, el leopardo dejó claro que se dirigía a beber, pero con gran calma. Tenía de los nervios a los demás animales, pero no parecía importarle. Se sabía importante y presumía de ello.



El guión llegaba a su fin. El leopardo bebió hasta hartarse mientras orix y springbok lo observaban. Quedó claro que no iba a intentar cazar y acabada la operación se alejó con calma. Por su tripa abultada dió la impresión de que estaba bien comido y simplemente buscaba hidratarse. Estábamos extenuados tras seguir con detalle la operación y nos imaginamos como estarían los orix y compañía que habían tenido el peligro cerca. Por lo demás, comprendimos que en pocos minutos nuestro viaje había dado un giro. Empezaba la fiesta.
Al mediodía hicimos un alto para comer en el interior del parque en una zona preparada, con baños y un tejadillo para protegernos del sol, pero en absoluto vallada. 

 


Por ello, Paulo insistió en que no nos alejáramos. No es previsible que los animales se acerquen al ver y sobre todo oír a los humanos, pero hay que tener cuidado. A un centenar de metros del recinto está reconstruida una caseta de pioneros afrikáners en plan museo mini: tiene mobiliario y puedes hacerte una idea de como vivían hace 150 años o así. Desde luego, en condiciones poco cómodas.



El del leopardo fue el momento estrella del día. De tarde hubo pocas novedades, pero estábamos satisfechos ya que es frecuente volver a casa tras un viaje de este tipo sin verlo. 
 


Finalizada la jornada nos instalamos en un campsite, una especie de cámping muy cerca de la entrada del parque, al que volveríamos al día siguiente. Como había mucha arena,  colocamos dos tiendas en el área pavimentada junto a cada baño. En medio de África, tomamos pescado (congelado) con arroz y patatas, y fruta. Durante la cena hizo frío, propio del desierto, mientras por el día la temperatura se desata. 



El día siguiente también se dedicó al Kalahari donde estábamos en el momento de la apertura, a las siete de la mañana. Vimos animales de otro tipo. Antes, el desayuno tuvo un toque british con beans (alubias) añadidas al huevo frito y las salchichas, al margen de todo lo demás. Un artista Lucky.

 


Es el caso de los drongos de la foto superior (pájaros que imitan el ruido del águila, lo que lleva a los suricatos a salir corriendo y así los caza) o del búho de la inferior, toda fue una atracción. Estaba en las ramas de un árbol seco del sitio donde comimos y no se movió de allí mientras el grupo y otros visitantes se hartaban de hacerle fotos. 





Vimos también gatos salvajes, avestruces, chacales de espalda negra así como el steenbok, más pequeño que el springbok y sin defensa alguna. Por ello se protege enterrando sus heces para que no lo detecten sus depredadores. Por lo demás, el día también nos deparó sorpresas relevantes tras una larga espera en la que empezaba a cundir el desánimo. La principal, este león macho, al que localizamos durmiendo junto a la pista por la que circulábamos, al ladito de una pequeña charca.




En dos ocasiones levantó su cabezota de melena negra y nos miró displicente, atraído quizás por nuestros susurros emocionados en el interior del camión. Poco después se levantó y, ya sin mirarnos, hizo un paseíllo de unos cientos de metros en paralelo a nosotros que nos permitió observarle detenidamente mientras el camión lo seguía marcha atrás. Un lujazo. 



Con su andar pausado y majestuoso, uno entiende por qué cuando uno de estos grandes se desplaza, el entorno se congela, y el resto de los animales quedan como petrificados al acecho de sus movimientos. Te los imaginas contrayendo los músculos, aguzando su vista y su oído, experimentando el miedo. Es indudable que el rey ejerce como tal.



El otro premio fue localizar una familia de guepardos, cinco nada menos, también cerca de la pista. Estaban tumbados de forma perezosa a la sombra de un árbol pero enseguida se pusieron en movimiento y pudimos seguirlos un ratito. 



Una figura grácil y esbelta la del felino más rápido del mundo. 


 
Puede superar los 100 kilómetros por hora de velocidad en carreras de hasta 500 metros, por lo que las gacelas, sus principales víctimas, lo temen. 



Nosotros solo los vimos pasear lentamente con una cadencia de paso elegante y casi musical, como si estuvieran en una especie de pasarela de moda, hasta que desaparecieron tras una colina.
Al salir, hicimos una pequeña parada en el centro de servicios del parque, en el que había un panel para que la gente colocara en un mapa los animales que había visto ese mismo día. Orgullosos, fuimos los primeros en ubicar el león. Habíamos avistado dos de los grandes en el primer día de safari...



Finalizada la jornada y los avistamientos nos encaminamos al Molopo Lodge, donde nos instalamos en cabañas de lo más decente.



Con baño en la habitación y terracita, no estaban mal, aunque en días posteriores conoceríamos lodges mucho mejores.



Tenía piscina, jardines y unas instalaciones centrales llenas de arte africano y trofeos de animales en paredes y suelos (alfombras).

 


No disfrutamos de su cocina ya que Lucky se encargó de la cena. En jornadas posteriores no sería así. De esta forma descansaba nuestro cocinero y nosotros comíamos cosas novedosas. Hubo tiempo para el relajo e incluso para intentar utilizar la wifi del lodge, que fue un (casi) completo fiasco. Solo Ana logró conectarse ante las miradas de sorpresa del resto del grupo. Aunque  apagara su teléfono era imposible acceder a la red.  Un personal poco amable declinó dar facilidades aunque ofrecimos pagar. Nos ignoraron.



Alfonso y Ana se entretuvieron un poco jugando con un ajedrez gigante, ubicado en el jardín.

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