domingo, 20 de septiembre de 2015

(10) Etosha, el reino de los animales


A la carrera, llegamos a Etosha sobre las cinco y media de la tarde tras el affaire relatado en el capítulo anterior con las furgonas.


Como cerraba a las siete, hicimos una primera incursión para tener una idea de lo que ofrece este gigantesco parque nacional cuyo nombre significa "todo blanco".



En este ratito poco pudimos hacer, pero localizamos una familia de leones, tranquilotes, descansando junto a una charca. Consecuencia, docenas o cientos de animales invisibles que estarían no muy lejos esperando que el más famoso de los predadores se alejara para poder beber. Ellos no parecían tener ninguna prisa.


Con rapidez,sin embargo, la noche se nos vino encima y pusimos rumbo al  lodge.


Se trataba del Andersson's, igualmente de la cadena Wilderness. Las cabañas estaban bien, por supuesto, pero hacía mucho calor y no era recomendable abrir el portón de la terraza por la cantidad de bichos que había por allí.



Especialmente en el baño, aislado del exterior en parte solo por una tela metálica. Debido a ello, teníamos de todo allí dentro, incluido una especie de saltamontes gigante con el que Ana intentó, pero no pudo, cohabitar mientras se duchaba. El gecko instalado en la pared en cambio no le preocupaba ya que ni se movió. El plato de ducha era en realidad una tinaja metálica. Bastante original al servicio del diseño.




Lo más despampanante de este logde, ubicado en una reserva privada, era la charca, estratégicamente situada a unos cien metros de la terraza-comedor con cómodos sillones estratégicamente ubicados para pasarte allí el tiempo muerto cómodamente sentados viendo a los animales aunque las fotos, al ser de noche, no reflejan lo extraordinario de la situación.


La charca estaba iluminada, por lo que antes de cenar ya vimos a varios rinocerontes acercarse. Además, dispone de un pasadizo que te lleva bajo tierra a una especie de zulo con una  ventana a ras de suelo desde la que tienes la charca a unos diez metros. Casi le tocabas la punta al cuerno del rinoceronte. Mientras cenábamos, Lucky se reía de nosotros, por el hecho de que interrumpiéramos la cena para ver a una jirafa acercarse a beber... La idea de charca y mirador es magnífica, por lo que la estancia en el Andersson's la tenemos muy presente todos los viajeros. Y la comida y el servicio, bien. Está situado muy cerca de una de las entradas al parque nacional.

El día siguiente lo pasamos íntegro en el parque  en una especie de fiesta de animales. Vimos de todo, cebras...


más leones....



Jirafas de todos los pelajes, un bicho elegante y altivo que no te cansas de admirar.


Elefantes-elefantes, nada que ver con los del desierto, con una envergadura mucho mayor.


Al mediodía hicimos el alto habitual para comer en una zona vallada dentro del parque. Este islote cuenta con todos los servicios, incluido un lodge para viajeros que no quieren perder tiempo pernoctando fuera. Mientras comíamos, amenazó tormenta, el cielo se cubrió y llovió un poco. No fue gran cosa. La novedad fue una banda de bichos que parecían ardillas grises y empezaron a recorrer la zona donde estábamos, metiéndose en los contenedores de basura y por todos los sitios. 



Paulo cerró la puerta del bus ya que podían meterse dentro. Se movían de forma nerviosa, casi histérica.  
En la foto siguiente, Alfonso, que por la noche celebraría su cumpleaños, en compañía improvisada de un rino y una jirafa, luciendo la camiseta que le habíamos regalado para la ocasión.


Después proseguimos nuestra andanza por esta feria de la naturaleza.


Nos encaminamos al Pan, un salar enorme que ocupa el centro del parque. De acuerdo con la información que facilitó Paulo, se extiende por unos 4.700 kilometros cuadrados, algo más que la totalidad de la provincia de Pontevedra. Se puede apreciar bien en el mapa siguiente.


Es una visión extraña, como si estuvieras en otro planeta, viendo este terreno blanco y plano hasta donde alcanza la vista y al que los animales no se acercan porque no tienen nada que comer ni beber y pueden ser descubiertos fácilmente. Aprovechamos para hacer una foto saltarina, que la verdad es que quedó simpática  con Ana, Alfonso, Paulo y Juanma de protagonistas.


Y después, a seguir el chute de animales, con las jirafas despertando nuestra admiración.



En una charca comprobamos las dificultades que tiene para beber dadas las dimensiones de su cuello. Sabe que en ese momento resulta vulnerable y se lo piensa mucho. 


Llega cuando ve que no hay moros en la costa (animales que puedan causarle daño), mira y remira, vuelve a mirar, y cuando está segura abre las piernas delanteras y baja la cabeza. Sorbe agua y se levanta. Y luego repite la operación que se alarga hasta una hora o más.


En este caso concreto contamos una decena de veces las que bebió, hasta que sació su sed y se marchó tranquilamente con los impalas en manada a su lado.
Por la tarde hicimos una parada en una zona vallada con servicios, donde había información del parque, una de las joyas de Namibia.





Dadas su dimensiones, recorrimos solo una pequeña parte de la zona sur. Al día siguiente volvimos a atravesarlo para salir por el este en dirección a Botswana, pero con alguna parada previa muy interesante. Aparte de animales más vistosos, también vimos otros menos cotizados, como esta hiena o varios facoceros.




Volvimos al lodge y por la noche, mientras cenábamos (carne de orix, un poco seca, parecida al pollo), disfrutamos de lo lindo con la charca. El espectáculo fue superior ya que una jirafa mantuvo un tira y afloja con dos rinocerontes, que se relevaron para impedirle beber. Pero la jirafita, pertinaz ella, aguantó hasta que se marcharon y pudo al fin saciar su sed. Nosotros pasamos la mitad de la cena levantándonos para seguir el pulso, que fue plano, sin amago de violencia, casi de dibujos animados.


Aprovechamos la ocasión para brindar por el cumple de Alfonso, que se había hecho con unas botellitas de vino espumoso que no estaba mal, y cantarle el happy birthday obligándole después a soltar un speech en gallego, cosa que no le costó nada acostumbrado como está a bregarse en los estrados. 
Al día siguiente madrugamos (desayuno a las 6, con todo listo para salir,) y estuvo muy bien: frutas variadas (papaya, kiwi), pan de molde casero, etcétera, a fin atravesar Etosha para salir por su extremo derecho. En principio no era día de animales, solo de recorrido para llegar a la siguiente parada.



Pero el día era luminoso y los animales estaban como de fiesta y provocaron numerosas detenciones para observarlos. Fue casí un atracón de cebras, kudus, jirafas, elefantes...




Estas cebras esperaban pacientemente con el resto de las especies a que un puñetero león se tomara  su tiempo para beber en una charca de la que debía ser el concesionario.


 
Saben que mientras esté allí es suya, y la disfruta. A su alrededor, nadie, por supuesto, solo un montón de animales viendo la escena a unos cientos de metros, como mínimo.



Después, bien bebido, a relajarse en las inmediaciones, con lo que mantuvo el bloqueo del bebedero.


Por las inmediaciones apareció un leopardo, sin duda a la búsqueda de presa y caminando con sigilo. Era el primero que veíamos después del Kalahari. Finalmente se quedó confundido con el terreno en las ramas de un árbol.


Después paramos junto a otra charca que parecía el camarote de los hermanos Marx. Allí se dio cita todo bicho viviente, como estos kudus e impalas de la foto inferior en manada. Los kudus, un tipo de antílopes, bastante grandes, aparecen caminando juntos, super erguidos y con paso parsimonioso moviendo rítmicamente sus imponentes y retorcidos cuernos. Eso los machos, porque las hembras no tienen.



Se acercó igualmente un enorme grupo de cebras.






La mayoría de los animales cazables bebían con rapidez, pero siempre había alguno oteando el horizonte, de guardia, vamos.



Disfrutamos de lo lindo con el espectáculo hasta que decidimos seguir viaje tras comprobar como esta hiena bebía dentro de la charca y un facocero (jabalí) verrugoso se daba un baño en las inmediaciones.

El punto de destino era Tsumeb, donde recalamos en el Minen hotel, un sitio agradable en el centro de la ciudad. Como era pronto, hubo quien aprovechó para darse un bañito en la piscina.


La ciudad tiene unos 20.000 habitantes, fundada en 1905 y cuyo motivo de existir es la minería (cobre). De hecho, en pleno centro de la ciudad se encuentra una antigua explotación hoy cerrada, pues, entre otras cosas, había sido sustituída por otra nueva situada a unos quilómetros. 


Nos pareció una ciudad ordenada, limpia, con tiendas atractivas, aunque cerradas, la primera así desde Luderitz y Swakopmund, con un enorme jardín de planta cuadrangular en la plaza central, donación de las Naciones Unidas.


Nos llamó la atención que en la puerta de cada cajero automático había un vigilante jurado, y muchas casas con concertinas en las vallas, alambradas electrificadas y cosas de este tipo. El vigilante del hotel nos dijo al salir que no nos alejáramos del centro. No era nuestra intención, pero estuvimos en grupo en todo momento y  no observamos nada raro .



Era domingo, y por tanto nos quedamos con las ganas de ver el museo de la minería. Mientras paseábamos, vimos salir de un local a un grupo de mujeres. Salían enfervorizadas y cantaban un tanto excitadas. Pensamos que salían de un oficio religioso. Les preguntamos y, sorpresa, era la sede del Swapo, el partido del gobierno, donde habían asistido a un mitín. Nos informaron que en noviembre se iban a celebrar elecciones en el país.


Cenamos temprano en la terraza del hotel, un menú con cuatro opciones, quizás demasiadas para nosotros. El jefe y Paulo fracasaron sucesivamente a la hora de ordenar la comanda. Hicieran lo que hicieran, siempre salía un plato menos que el número de comensales. Al final, uno de los viajeros sacó papel, bolígrafo y fue anotando uno a uno... y vuelta a faltar un comensal. Repasó la lista y lo aclaró cuando ya el jefe (que hablaba en alemán con Paulo) estaba a punto de perder la paciencia.



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