sábado, 5 de septiembre de 2015

(3) Empieza el viaje en camión (Calvinia y Monate)


Amanece en Cape Town y ya en pie para desayunar en nuestro hotel, el African Sun Ritz, antes de iniciar la marcha a las 7,15 horas. Fue un bufé libre cumplidito que nos entonó. Por primera vez coincidimos todo el grupo ya que algunos habían llegado dos días antes y otros de distintas procedencias.


En el hall, antes de salir, Juanma revisó algunos detalles con Paulo.


Cargamos maletas y nos distribuímos por el camión. Paulo sugirió un sistema para ir rotando los asientos (cada día una fila más atrás en el mismo lateral, y una vez ocupados todos, lo mismo del otro lado) que evitó problemas en ese sentido. Así, pasábamos por todos los asientos y nadie acaparaba. Y para estirar piernas y cambiar de postura, en la delantera, junto a Paulo y al lado de la nevera, tres plazas libres podían ocuparse a ratos.


Salimos de la ciudad y pudimos observar los suburbios y multitud de furgonetas que acercaban trabajadores al centro con su bolsa de comida en la mano. También numerosas urbanizaciones de nivel, con la característica general de estar totalmente valladas y selladas con concertinas. Nos sorprendió, pero pronto comprobaríamos que el sistema está generalizado en el país y también en Namibia, Botswana y Cataratas Victoria. A lo lejos vimos una central nuclear, la de Koeberg, la única existente en toda África junto a otra de pequeño tamaño en la misma zona.


En el camión, igualmente a instancias de nuestro guía, nos presentamos en voz alta para conocer de donde veníamos y las respectivas profesiones. Todavía costaba identificar caras y nombres, como es normal. Paulo advirtió que 26 días de convivencia intensiva harían que el viaje fuera una especie de gran hermano en algunos momentos. Rigurosamente cierto.
Nos ofreció también una somera lección de la historia de Sudáfrica, de la etapa holandesa, de las guerras posteriores de los colonos holandeses, los bóers, con los ingleses, de la aplicación aquí de las terribles tácticas del general español Weyler en Cuba (desplazamientos de población y encierro en campos de concentración). 
Circulábamos por carreteras asfaltadas, lo que nos parecía lo normal, pero más tarde, dando tumbos en el ripio y pistas en mal estado, las añoraríamos. También vimos bodegas y grandes extensiones de vid. De hecho, al mediodía  paramos en una de ellas. Programa: degustación gratuita (foto de arriba) y comida (la siguiente) la primera del grupo. Catamos unos cuantos vinos y nos dispusimos a comer en la misma finca de la bodega Klawer.


Esa mañana se estrenaron Lucky, nuestro cocinero, y Thembi, su ayudante. Aún no lo sabíamos, pero eran, y son, dos personas excelentes y magníficos profesionales que se convirtieron en compañeros entrañables.


Ambos prepararon un bufé con carne, ensalada y fiambre, más vino sudafricano (envases de cinco litros muy prácticos) y zumo para beber, así como postre. Sobró comida, lo que se convirtió en algo habitual y no precisamente porque comiéramos poco, lo que trajo consecuencias para unos viajeros que hacían de todo menos ejercicio físico.


Alfonso aprovechó una parada posterior en Van Rhynspas, un promontorio desde el que se divisa una enorme planicie, para fotografiarse con la tripulación: Lucky (arriba), Thembi y Inmanuel, nuestro avezado chófer namibio, quien finalmente no pudo acabar el viaje con nosotros por motivos ajenos a su voluntad, y desde luego a la nuestra. 


Esta era la vista desde el mirador.


Sobre las tres llegamos a Calvinia y aunque no lo he mencionado, hizo bastante calor todo el día, tanto que en la comida cada uno terminó moviendo su silla para buscar sombra.


Nos alojamos en el Die Hamtam Huis hotel, una serie de casitas que incluían varios apartamentos completos (salón, cocina) con muebles antiguos y muchas fotos de época. Hamtam es una palabra bosquimana que significa "lugar donde crecen las plantas".


Era un sitio acogedor y limpio, como la práctica totalidad de los que utilizamos, aunque le dimos poco uso. Nos daba la impresión de que en cualquier momento iba a llegar una familia vestida estilo amish a ocupar su hogar.


En algunos casos, las habitaciones tenían un toque recargado, pero nos encantaron.


Salimos a dar una vuelta por la ciudad, pero al tratarse de un sábado por la tarde todo estaba cerrado y había poco que ver.


Alfonso se puso delante de este sorprendente buzón de correos para dar idea de su tamaño: nada menos que seis metros de alto. Se trata de una antigua torre de agua reconvertida en atracción turística.


Este pueblo afrikáner es uno de los más famosos producto de la marcha al norte de los bóers holandeses debido a la presión de los británicos. Su nombre lo identifica como sede de integristas calvinistas y tiene atractivas casas de época.


Tras la puesta de sol, nos dirigimos en grupo al lugar de la cena.


Para explicarlo en pocas palabras, se trataba de un restaurante instalado en un pequeño museo, una casa antigua con dependencias donde se mantenían muebles originales con maniquíes que permitía hacerse idea de la vida de los primeros pobladores europeos en la zona. 


Un lugar llamativo en el que además cenamos estupendamente. Tocó caza, algo que se repetiría con distintos animales. En concreto, springbok, un tipo de gacela muy abundante por suerte para sus depredadores. Antes de la cena mantuvimos una reunión con Paulo para hablar del día siguiente, jornada en la que nos estrenaríamos en tiendas de campaña. Como en el área abundan las hienas era cuestión de tomar precauciones y conocer los riesgos.


Al día siguiente, otra jornada de tránsito ya que de nuevo tocaba una larga etapa en el camión y el guía sugirió una partida de cartas al uno. Todo un éxito. El salón de juegos era la parte delantera; la mesa el frigorífico donde Lucky guardaba los alimentos y el mantel el mismo que usábamos para comer.


Las paradas para aliviarse eran obligadas y como no había sitios adecuados se instauró un sistema salomónico: hombres a la derecha (arriba) y chicas al otro, pero ante su rechazo a fotografiarse en semejante tesitura no ha quedado constancia gráfica.


Después de cruzar el río Orange, el mayor de Sudáfrica con sus 2.090 kilómetros, nos detuvimos, como el día anterior, en una bodega para comer... pero era domingo y estaba cerrada. Hacía calor y tuvimos que conformarnos con la sombra de los árboles. Felicitamos a Lucky en el día de su cumpleaños y Paulo nos comentó que estaba preocupado ya que tenía mal una muela y le dolía. Pasados unos días su problema de salud se complicaría más.
El guía nos enseñó fotos del viaje de julio en las que se ve a los viajeros dentro del camión con abrigos y gorros de lana ya que no tiene calefacción ni aire acondicionado. De inmediato dejamos de quejarnos por el calor.

 
Llegamos al lodge Monate, que también es una reserva de animales, pero en este campo hubo poco que hacer.




En la imagen superior, la zona elegida para el campamento y abajo nuestra tienda para dos ya montada con Ana en la puerta.


Empleamos la tarde en dar un paseo bajo la solana hasta un picacho cercano para observar animales.

 

Afortunadamente, había un mirador cubierto en la cima.

 

Desde allí, protegidos del sol, oteamos animales con los prismáticos y dejamos pasar el rato.



Después, regreso al campamento y saludo a los springbok de la reserva, tan monos ellos.


Se pasaron un buen rato de un lado para otro, corriendo como locos entre las tiendas, pero sin causar ningún problema.





Y cena a la luz de las estrellas tras la puesta del sol: pollo a la brasa. Exquisito.


El marco, sorprendente: al aire libre pero con velas y mantel. Así fue todo el viaje. Abajo, Paulo habla con Monste y Toni, dos de los viajeros catalanes.


Después de cenar pasamos un buen rato observando el cielo y los que tenían conocimientos de astronomía ilustraron al resto sobre la disposición de las estrellas en el firmamento muy fácil de ver por la falta de contaminación lumínica. Lo curioso es que al estar en el hemisferio sur se ven del lado contrario...




Paulo nos dió unas indicaciones elementales para salir y entrar de las tiendas en la oscuridad. Todos llevábamos linternas frontales que se sujetan en la cabeza y antes de entrar y salir debíamos comprobar que no había moros en la costa: o sea, animalitos varios que por una u otra razón pudieran entrañar algún peligro...


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