lunes, 21 de septiembre de 2015

(11) Meteorito del cielo y bosquimanos en la tierra

De Tsumeb salimos en dirección a la reserva Nyae Nyae para encontrarnos con los bosquimanos. Notamos un cambio en el paisaje, que empieza a ser un poco más verde, con algunos cultivos y aparecen granjas. 



Antes, hicimos una parada para conocer el meteorito más grande del mundo en Hoba. Según parece, impactó hace 80.000 años y es el mayor trozo de hierro de origen natural que se ha descubierto sobre la superficie de la tierra.


Pesa unas 60 toneladas, aunque en origen eran 66, pero fueron arrancando trozos hasta que tuvo protección. Un 84% de su composición es hierro.


Fue descubierto en el año 1920 y ahora es un reclamo turístico. Parece ser que no provocó un gran cráter  porque lo frenó la atmósfera terretre. Lo mantienen en un recinto bien diseñado con un jardín agradable.



Poco después, paramos en una pequeña ciudad, Grootfontain, para hacer la compra.  Íbamos a estar cuatro días fuera de rutas relevantes y Lucky necesitaba llenar su almacén para alimentarnos.


Nosotros aprovechamos para dar una vuelta aunque, aparte del propio supermercado, donde nos aprovisionamos de agua para el Delta del Okavango, no fuimos capaces de encontrar un sitio decente para tomar café. 



Estuvimos un rato observando los numerosos puestos que había por las calles, muy sencillos y casi rudimentarios pero tampoco vimos  miseria. En el libro de Theroux que comentamos al principio de este blog (El último tren a la zona verde) habla de esta anodina ciudad  y el autor se entrevista con una mujer blanca que había nacido en Grootfontain, intrigado por cómo se vive en un sitio como este.



Nos sorprendió observar como regaban algunas pequeñas zonas verdes. Ya teníamos mentalidad de habitantes del desierto y nos causaba extrañeza que se dilapidara.


La compra fue voluminosa, éramos muchas bocas que alimentar y en los próximos días, ya en Bostwana, dejaríamos el camión.


Así que todos echamos una mano por aquello de colaborar y de paso no eternizarnos. Después, una tiradita de tres horas en el bus hasta la reserva, por un camino arenoso en bastante mal estado. De entrada, el lugar no nos gustó. Era un cámping privado malamente mantenido, gestionado por un chico que debía ser holandés y qe no tenía ningún interés en hacer las cosas medianamente bien. Las tiendas tenían cremalleras que no cerraban, los baños eran rudimentarios y el sitio bastante inhóspito, lleno de arena casi como si fuera una duna y bajo árboles que no daban sombra. Pero claro, lo de siempre, no hay otra opción que adaptarse.

 

Este era el comedor, única zona común de la que podíamos disfrutar. La zona de acampada se encuentra dentro de la reserva y pertenece a los bosquimanos, que reciben ingresos por su gestión.  Después de comer (como siempre, o sea, bien) tocó pasar la tarde con los bosquimanos en los que sería un encuentro muy interesante pese al intenso calor .


Estos cuatro bosquimanos, vestidos a la usanza tradicional (ahora ya van normalmente con pantalones y camisetas, y esta es la indumentaria tradicional para mostrarse ante los guiris) aparecieron en el campamento acompañados por uno de ellos más occidentalizado que hablaba inglés. Como es conocido, son algo más bajos que nosotros y muy menudos, con unos rasgos muy característicos.  En Namibia quedan solo unos 30.000 bosquimanos, herederos de los antiguos hombres de los bosques y se dice que son genéticamente similares a los primeros humanos que abandonaron África y colonizaron el resto del mundo.


Una de sus características más curiosas y que observamos inmediatamente es que se comunican incorporando al habla una serie de chasquidos muy peculiares, rasgo que comparten con otros pueblos que se denominan genéricamente joisan. Por otro lado, eran unos conversadores incansables: no pararon de hablar entre ellos en todo el tiempo.


Nos fuimos por el campo y en el recorrido, que duró unas horas, nos fueron mostrando su modo tradicional de vida, hoy en día casi desaparecido, basado en la caza y la recolección. Llevaban lanzas, arco y flechas, cuya fabricación nos explicaron. También nos contaron como obtienen veneno de las plantas para untar las flechas y garantizar que animal herido es presa segura. Una jirafa tarda tres días en morir y un kudu un día, según dijeron.


Nos descubrieron plantas de las que obtienen frutos y cómo las localizan, qué árboles dan madera apta para determinados cometidos, o qué arbustos les resultaban útiles para curar ciertas dolencias. Toda una lección. En la foto superior, el guía está en el centro de espaldas a la cámara.


Otra de sus interesantes demostraciones fue enseñarnos cómo consiguen fuego con unas ramas y paja. Tardaron un rato pero funciona, como en las pelis de indios, y lo obtuvieron frotando dos palos, pero no dos cualquiera sino de determinada madera. En el de la base hacen un pequeño agujero y a frotar con ritmo y dando ánimos con cánticos rituales.


Son habilidosos y con algún esfuerzo consiguieron hacer fuego.


Insistieron en que probáramos y alguno aceptó.... sin demasiada suerte.


En la imagen superior, Juanma con una lanza en posición de revista. Abajo, todos siguiendo una curiosísima demostración. Prepararon de la nada una trampa para cazar gallinas de guinea. Se fabricaron un trozo de cuerda deshilachando con un palo unas hierbas largas, que luego trenzaron. Luego buscaron una rama de arbustro flexible, la doblaron, ataron la cuerda y en la base hicieron un cuadradito con ella poniendo palos en las esquinas.


En el interior, unas bayas recién cogidas que atraen a estos animales. Finalmente, uno de ellos transmutó una de sus manos en una gallina y el invento funcionó perfectamente. Tuvimos claro que si necesitáramos hacerlo nosotros para comer nos moríamos de hambre.La demostración incluyó más cosas y fue un master de bosquimanía en toda regla.


Tras la excursión, visitamos su poblado, casi pegado a la zona de acampada.




Fue una experiencia agridulce y la culpa, como con los himbas, la tuvieron los niños. Se nos caía el alma a los pies viendo como vivían en unas chozas prácticamente vacías y sin medio alguno. Y sobre todo, qué cantidad de niños, docenas y docenas.Los había de cierta edad, ya independientes y que no paraban de jugar y de mirarnos.



No aparece en las fotografías, pero había uno con el vientre tremendamente hinchado, en lo que parecía una hernia.


Otros, bebés, colgaban de las espaldas o del pecho de su madres, sin duda muy jóvenes aunque prematuramente envejecidas.




A veces los llevaban sus hermanas de ocho o diez años. 




Había niños para todas, a pesar de que, por otro lado, el guía nos dijo que los niños estaban escolarizados y estaban por la semana en un pueblo a unos 11 quilómetros.




Alguna duda nos suscitó verlos a todos allí, un día normal. 


Las mujeres, con niños y todo, dedicaron un buen rato a jugar a pasarse un fruto amarillo con forma de pelota haciendo movimientos envolventes alrededor de la que la llevaba, para pasársela con movimientos estudiados a otra, que volvía a hacer lo mismo. Mientras, cantaban. El truco consistía en evitar que viniera un varón y se la quitara. 



No se cansaban de repetirlo.




Nosotros, sentados en un árbol que hacía de banco o deambulando por el poblado, ejercíamos de espectadores. Daba la impresión de que actuaban para visitantes con frecuencia y nuestra presencia no les llamaba la atención.



Solo por el aspecto, por las toses de algunos niños, por las dentaduras y por el aspecto general del poblado, parecía evidente que si disponen de sanidad, es muy primaria.




Esta  mujer  delgadísima nos enseñó a sus pequeños muy orgullosa.


A punto de anochecer empezó una función en la que solo estuvimos presentes un rato ya que podía durar horas y horas, nos dijeron.


Un chamán inició el lento proceso de curación de un enfermo. El chamán, de pie, con el torso desnudo, se movía muy lentamente con un ritmo repetitivo frente a las mujeras, que cantaban y hacían ruido con una especie de castañuelas de piedra. 


Después empezó a tocar al enfermo, a subirle la chaqueta y darle friegas con la espalda y el cuello una y otra vez poniéndole encima un ungüento. Ellas no paraban de cantar y chocar las piedras en su semicírculo. El guían nos dijo que podían estar así gran parte de la noche, por lo que decidimos irnos.



Hasta no hace mucho, los bosquimanos era un pueblo de cazadores y recolectores, que subsistía con ese sistema tan poco seguro. No llegaron siquiera a la etapa de ganaderos y agricultores, que siempe da más seguridad y supone un avance. Actualmente, disponen de subsidios del Gobierno en forma de alimentos y algo obtienen también de los turistas a los que venden artesanía. Por tanto, como pueblo está perdiendo sus costumbres, pero tampoco parece que se integren, por lo que su futuro  no parece halagüeño....

 

Nos fuimos un tanto confusos y casi con mala conciencia comprobando en directo como (mal) vive gente con los mismos derechos que nosotros y cuyo único pecado ha sido nacer en el sitio equivocado. En la foto anterior a la derecha hay una niña de camiseta roja que calza unas enormes chanclas. Era un diablillo y nos hizo reír de lo lindo porque aunque se movía con dificultad por la arena, defendía sus chanclas a capa y espada, gritando si era necesario aunque, por supuesto, no eran de ella. También levantaba los brazos al ritmo de la música.



Por la noche, de regreso, cenábamos con calma cuando empezaron los truenos y los relámpagos. Al poco comenzó a llover con fuerza, lo que nos obligó a cerrar las ventanas de las tiendas. Refrescó algo el ambiente y un grupo seguimos un buen rato de cháchara mientras corría el amarula una vez más.

2 comentarios:

  1. Hola!! Me encantaría saber con qué agencia o cómo os organizastéis para visitar a los bosquimanos

    Saludos,
    Rocío

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Iba incluido en el paquete del viaje, como todo lo que aparece en el blog. Saludos.

      Eliminar

Comenta, se o desexas