martes, 29 de septiembre de 2015

(1) El penúltimo tren a la zona verde


Empiezas a darle vueltas al mapa mundi y, de repente, es como si te volvieras loco. Entonces te entra  una especie de acceso febril y acabas buscando en internet información sobre países  de los que conocías más bien pocos datos y un trazado como el del siguiente mapa, al principio extraño, te resulta cada día, felizmente, más familiar.


Y de pronto, entre la profusa información, aparece una alternativa que no habíamos considerado: África: un viaje bautizado a efectos comerciales y rimbombantes como La Gran ruta del Okavango. Es como un viaje al que hay que agarrarse en el momento en que se presenta y puedes hacerlo porque si pasa el día  pasa la romería y a lo mejor pierdes la oportunidad de aprobar una asignatura pendiente con una parte del sur de un continente, un punto de misterio, algo parecido a una aventura, la promesa de un final de cinco estrellas con fondo de cataratas míticas, animales salvajes al alcance de los prismáticos como nunca antes los habíamos visto....


Recorrido en camión adaptado como si estuviéramos en un interrail un poco vip pero con un toque juvenil que le va bien a nuestras canas... 

  Y por el medio, unos cuantos patrimonios de la Humanidad, que por algo será, como este del desierto de Namib, con dunas inmensas y fotogénicas

 

Los petroglifos de Twifelfontein


El delta del Okavango 


Parques nacionales a tutiplén en los que se nos promete el avistamiento de leones, elefantes y todo tipo de fauna en su entorno natural , contacto con tribus locales, sobrevuelo de las cataratas, del desierto y del delta.....El itinerario está aquí mismo a la derecha, y hasta que tengamos nuestras fotos propias, ponemos las que nos ha facilitado la agencia y las que aparecen en su página de facebook correspondientes a los mismos viajes de este verano, anteriores al nuestro y en concreto la siguiente se corresponde con una especie de charca-abrevadero que se puede ver desde un  mirador subterráneo construído al efecto.




Algunos días (no muchos) tocará dormir en medio de la nada, bajo el firmamento africano que, según dicen, es especial, en tiendas de campaña y con sacos de dormir. Otros días en una especie de lodges que tienen una pinta maravillosa y en principio respetuosa con el entorno, como éste, el Anderson's.



O Doro Nawas (cortesía de Trip Advisor).





También habrá que dormir en una casa flotante, en una granja y en algún hotel de pelaje inidentificado que la agencia ni se ha molestado en precisar. Éso sí, al final del viaje, contamos con la guinda en el hotel Victoria Falls durante dos noches que nos va a recordar la estancia del pasado año en otra joya decimonómica, el Wawona, en el californiano parque de Yosemite.  



Estas fotos del Victoria son de esta página
 


Por curiosidad hemos chequeado la disponibilidad de una habitación doble para nuestras fechas y nos da un precio de 1.380 dólares. Casi de escándalo. Viaje al pasado sí, a precios del presente.

 
 Menos mal que no vamos por libre aunque por lo que cuenta el personal en Trip Advisor y suele suceder, estos hoteles tienen más historia que chicha y normalmente no valen lo que cuestan desde el punto de vista exclusivamente hostelero. Eso sí, la historia....
 


 Desde hace un montón de años, es el primer viaje organizado que hacemos, de tal manera que sólo toca soltar la pasta y poco más, aparte de ponernos alguna vacuna y adaptar el tamaño del equipaje a la taquilla del camión en la que se supone que tiene que entrar más o menos a presión.  


Llegamos a la conclusión de que África y sus circunstancias (unidas a las nuestras propias particulares) no son para ir por libre y que si una agencia como  la catalana Kananga lleva desde los años 90 del siglo pasado haciendo este tipo de recorridos, lo mejor es aprovechar su experiencia para dejarnos llevar y compartir el viaje con otras personas, cuestión que también tiene su punto. Ya se sabe que somos también de viajar en pandilla y por ése lado estamos habituados, pero esta vez se trata de gente por descubrir, a la que no conocemos y , en principio, es un atractivo más. También resulta cómodo pensar que un guía, un cocinero, un chófer y un ayudante (todos de la zona, salvo el guía) van a estar a nuestra disposición para que le saquemos al viaje el mejor partido. Aparte de ellos, la expedición se compone de un máximo de veinte personas y nuestro grupito iba a ser de cinco pero tras un infortunado percance de no mucha gravedad pero invalidante, se ha quedado en los cuatro habituales que llevamos ya tiempo arrastrando las suelas por el mundo.



Prepararse para un viaje como éste depara también alguna joya, en este caso en forma de libro, del que hemos adaptado el título de esta entrada:  

África me empujaba a seguir adelante porque permanece muy vacía, aparentemente inacabada y llena de posibilidades, que es la razón por la que atrae a entrometidos, analistas, mirones y filántropos aficionados. Sigue siendo en gran parte salvaje e incluso en su hambre es un continente esperanzado, quizá como consecuencia de su desesperación...  



 Theroux se refiere a la irresistible atracción de lo exótico y se pregunta si se debe a la espectacularidad de los vivos contrastes en blanco y negro o porque resulta hipnótico e ininteligible: en África, el viajero tiene licencia ilimitada y el propio continente magnifica la experiencia como no puede hacerlo ningún otro lugar... 
  
Nuestro (siempre penúltimo) tren a la zona verde partirá dentro de unos días, el 3 de septiembre, con un primer trayecto de Vigo a Madrid, para presentarnos en Ciudad del Cabo en la mañana del día 4, vía Londres.Trataremos de enviar noticias aunque somos conscientes de que habrá problemas de conexión que sortearemos como podamos para tratar de tener informada a la parroquia.

domingo, 27 de septiembre de 2015

(2) Un poquito de Ciudad del Cabo como punto de partida


La cita era el 3 de septiembre en el aeropuerto de Barajas. Allí nos encontramos la mayoría de los 19 viajeros que recorreríamos la ruta del Okavango. No nos conocíamos previamente, a excepción de los cuatro que vinimos de Galicia, pero la camiseta que Kananga nos envió previamente obró el milagro. Alguien tuvo la feliz idea de llevarla puesta y facilitó el encuentro. Lo que vino a continuación no tuvo mayor misterio: vuelo a Londres, donde se sumaron los procedentes de Barcelona, y noche de avión en un gigantesco Airbús de dos pisos hasta Ciudad del Cabo o Cape Town, Capetón para los marineros gallegos.


A primera hora de la mañana del 4 de septiembre, tras 24 horas de viaje en cifras redondas, al menos para nosotros, nos esperaba en el aeropuerto de esta ciudad Paulo, nuestro guía, y el camión-bus un tanto espartano en el que pasaríamos muchas horas durante las próximas semanas, de modo que se convertiría, prácticamente, en nuestro hogar. Ambos serán parte relevante de la excursión y el segundo nos dio algún que otro disgusto, pero de eso se hablará cuando proceda. Baste decir que, de entrada, nos pareció un poco angosto .


En nuestro fuero interno empezamos a sentir cierto escepticismo, sobre todo porque nos esperaban miles de kilómetros en este cubículo, en realidad la caja reformada de un camión mediano en el que debíamos apretujarnos 20 personas y tres más en la delantera, incluyendo  el chófer. Sin embargo, hubo suerte en la primera prueba del grupo: todas las maletas entraban en las taquillas del camión. Kananga había insistido mucho en que no fueran rígidas y se respetaran unas medidas concretas, y todos cumplimos. Ese primer día el camión estaba relativamente limpio, pero con el transcurso de las jornadas su color se volvió terroso y almacenó tanto polvo que llegó a utilizarse como mural de grafitis, pero todo a su tiempo.


Paulo, un brasileño con orígenes austríacos que lleva dos décadas afincado en Barcelona, no perdió el tiempo. Veterano como conductor de guiris despistados en el sur de África, nos dio la primeras instrucciones prácticas (plan para el día, provisión de rands, la moneda local, y cosas de este estilo). También explicó que entre sus cometidos no estaba el de ser "hombre del tiempo", un aviso que dio lugar a más de una chanza durante la ruta...


A continuación, antes de dirigirnos al hotel, el camión comenzó a renquear por las empinadas cuestas para llegar hasta un mirador y poder tener una vista general de la ciudad, que supera los 3,5 millones de habitantes (la segunda de Sudáfrica, tras Johannesburgo). El perfil de este estadio del Mundial de fútbol es sobradamente conocido.



Cape Town es la sede del Parlamento nacional y ofrece perfiles especiales dentro de este país. Por ejemplo, que la mitad de su población es mestiza ("coloured", descendientes de asiáticos, europeos y algunas tribus africanas, no mezcla de blancos y negros) porcentaje muy superior al de negros y, en el plano político, por ser un feudo de la oposición al ANC, Congreso Nacional Africano, el partido de Nelson Mandela. Por lo demás, es un emporio económico y la ciudad con mejor calidad de vida de todo el continente.


Nos detuvimos en una montañita, Signal Hill, desde la que se divisa el techo plano de la Table Mountain, montaña con forma de mesa que domina la ciudad y que también ofrece una espectacular vista. Es una de las maravillas oficiales del mundo desde el 2011 y forma parte del parque nacional del mismo nombre.


Aunque a lo lejos (diez kilómetros) divisamos Robben Island (isla de la Focas),  famosísima por albergar la cárcel que alojó durante 18 de sus 27 años de prisión al responsable principal de que desapareciera la vergüenza del apartheid, Nelson Mandela. 

 
De haber estado más tiempo en Ciudad del Cabo, la excursión hubiera sido obligada, Tras un rato de callejeo en el bus, nos dispersamos por la ciudad para pasar la tarde.


Paseamos por la ribera del mar y llegamos al  Waterfront, donde han recuperado para usos turísticos y recreativos una antigua y deteriorada zona portuaria al estilo de Sidney y San Francisco, con cientos de tiendas, restaurantes, terracitas idílicas...


Para llegar allí recorrimos el paseo marítimo, en el que las viviendas parecían espléndidas, y observamos a lo lejos la otra montaña que domina la ciudad, la Cabeza de León, por su parecido, según desde donde mires, con el rey de la selva.


Tras un tentempié en un restaurante de un centro comercial, decidimos tomar un autobús turístico para tener una idea general de la ciudad en las horas que quedaban. Tuvimos que renunciar a subir en taxi a la Table Mountain, aunque el bus nos acercó a su base para ver la panorámica desde allí.


En el Waterfont nos  retratamos en el conjunto escultórico que reúne a los cuatro premios Nobel de la paz del país: Mandela, De Klerk (presidente blanco con el que pactó Mandela el fin de la segregación racial), el obispo Desmon Tutu y Alberto Lutuli. Excuso precisar que todos ellos por el mismo motivo: batallar en contra del apartheid.


El bus turístico finaliza su recorrido por el lado oriental de la ciudad, donde hay grandes playas debajo de un macizo montañoso conocido como Los doce apóstoles. Nos contaron que el problema principal en esta zona, donde se encuentran el Índico y el Atlántico, es el viento, que sopla inmisericorde y sin pausa. Afecta a la vida diaria de tal manera que las viviendas se cotizan en función de si están mejor o peor resguardadas.


En el Waterfont descubrimos zonas un tanto selectas y hoteles de relumbrón, aunque nosotros, obviamente, nos dedicamos solamente a dar un paseo.


Para que los turistas se hagan una foto obligada (había cola esa tarde) han instalado un marco que realza la belleza de esta singular montaña.



Para concluir la jornada cenamos en un restaurante cercano al hotel, el Richard´s,  que nos gustó, con vino sudafricano, como en todo el viaje. Ese día probamos la variedad Pinotage, elegida a ciegas. Y, rápidamente, a la cama, que la noche anterior la habíamos pasado en el avión y al día siguiente sería el primero de una larga serie de madrugones.


Este estilizado, casi achorizado, edificio de la imagen inferior es el hotel donde pasamos la noche. Su arquitectura puede gustar o no, pero ofrecía unas magníficas vistas. Las habitaciones (abajo) eran agradables y funcionales.



El caso es que la sensación que produce esta bonita ciudad en tan poco tiempo es algo tramposa: en la zona por la que nos movimos, en cierto modo opulenta y totalmente occidental, con buenas casas, restaurantes, vehículos caros, niños rubios, gente haciendo running...etc, se ven pocas personas que no sean blancas a no ser que estén trabajando en limpieza, hostelería o servicio doméstico, básicamente. 

 

A partir de ahí y quizás por ello empieza el ritmo de las concertinas que protegen los condominios, las barreras que suben y bajan al paso de los coches, las idas y venidas incesantes de cientos de empleados de seguridad o porteros-cancerberos en los accesos a las fincas. 



Es como si la ciudad de los blancos, una minoría, brillara lustrosa y emergente, y la del resto debe estar pero carece de interés, y te desaconsejan directamente que salgas de la zona de confort y evites ir allí porque se agazapa en la ventosa periferia que alberga marginación, delincuencia y falta de oportunidades.

viernes, 25 de septiembre de 2015

(3) Empieza el viaje en camión (Calvinia y Monate)


Amanece en Cape Town y ya en pie para desayunar en nuestro hotel, el African Sun Ritz, antes de iniciar la marcha a las 7,15 horas. Fue un bufé libre cumplidito que nos entonó. Por primera vez coincidimos todo el grupo ya que algunos habían llegado dos días antes y otros de distintas procedencias.


En el hall, antes de salir, Juanma revisó algunos detalles con Paulo.


Cargamos maletas y nos distribuímos por el camión. Paulo sugirió un sistema para ir rotando los asientos (cada día una fila más atrás en el mismo lateral, y una vez ocupados todos, lo mismo del otro lado) que evitó problemas en ese sentido. Así, pasábamos por todos los asientos y nadie acaparaba. Y para estirar piernas y cambiar de postura, en la delantera, junto a Paulo y al lado de la nevera, tres plazas libres podían ocuparse a ratos.


Salimos de la ciudad y pudimos observar los suburbios y multitud de furgonetas que acercaban trabajadores al centro con su bolsa de comida en la mano. También numerosas urbanizaciones de nivel, con la característica general de estar totalmente valladas y selladas con concertinas. Nos sorprendió, pero pronto comprobaríamos que el sistema está generalizado en el país y también en Namibia, Botswana y Cataratas Victoria. A lo lejos vimos una central nuclear, la de Koeberg, la única existente en toda África junto a otra de pequeño tamaño en la misma zona.


En el camión, igualmente a instancias de nuestro guía, nos presentamos en voz alta para conocer de donde veníamos y las respectivas profesiones. Todavía costaba identificar caras y nombres, como es normal. Paulo advirtió que 26 días de convivencia intensiva harían que el viaje fuera una especie de gran hermano en algunos momentos. Rigurosamente cierto.
Nos ofreció también una somera lección de la historia de Sudáfrica, de la etapa holandesa, de las guerras posteriores de los colonos holandeses, los bóers, con los ingleses, de la aplicación aquí de las terribles tácticas del general español Weyler en Cuba (desplazamientos de población y encierro en campos de concentración). 
Circulábamos por carreteras asfaltadas, lo que nos parecía lo normal, pero más tarde, dando tumbos en el ripio y pistas en mal estado, las añoraríamos. También vimos bodegas y grandes extensiones de vid. De hecho, al mediodía  paramos en una de ellas. Programa: degustación gratuita (foto de arriba) y comida (la siguiente) la primera del grupo. Catamos unos cuantos vinos y nos dispusimos a comer en la misma finca de la bodega Klawer.


Esa mañana se estrenaron Lucky, nuestro cocinero, y Thembi, su ayudante. Aún no lo sabíamos, pero eran, y son, dos personas excelentes y magníficos profesionales que se convirtieron en compañeros entrañables.


Ambos prepararon un bufé con carne, ensalada y fiambre, más vino sudafricano (envases de cinco litros muy prácticos) y zumo para beber, así como postre. Sobró comida, lo que se convirtió en algo habitual y no precisamente porque comiéramos poco, lo que trajo consecuencias para unos viajeros que hacían de todo menos ejercicio físico.


Alfonso aprovechó una parada posterior en Van Rhynspas, un promontorio desde el que se divisa una enorme planicie, para fotografiarse con la tripulación: Lucky (arriba), Thembi y Inmanuel, nuestro avezado chófer namibio, quien finalmente no pudo acabar el viaje con nosotros por motivos ajenos a su voluntad, y desde luego a la nuestra. 


Esta era la vista desde el mirador.


Sobre las tres llegamos a Calvinia y aunque no lo he mencionado, hizo bastante calor todo el día, tanto que en la comida cada uno terminó moviendo su silla para buscar sombra.


Nos alojamos en el Die Hamtam Huis hotel, una serie de casitas que incluían varios apartamentos completos (salón, cocina) con muebles antiguos y muchas fotos de época. Hamtam es una palabra bosquimana que significa "lugar donde crecen las plantas".


Era un sitio acogedor y limpio, como la práctica totalidad de los que utilizamos, aunque le dimos poco uso. Nos daba la impresión de que en cualquier momento iba a llegar una familia vestida estilo amish a ocupar su hogar.


En algunos casos, las habitaciones tenían un toque recargado, pero nos encantaron.


Salimos a dar una vuelta por la ciudad, pero al tratarse de un sábado por la tarde todo estaba cerrado y había poco que ver.


Alfonso se puso delante de este sorprendente buzón de correos para dar idea de su tamaño: nada menos que seis metros de alto. Se trata de una antigua torre de agua reconvertida en atracción turística.


Este pueblo afrikáner es uno de los más famosos producto de la marcha al norte de los bóers holandeses debido a la presión de los británicos. Su nombre lo identifica como sede de integristas calvinistas y tiene atractivas casas de época.


Tras la puesta de sol, nos dirigimos en grupo al lugar de la cena.


Para explicarlo en pocas palabras, se trataba de un restaurante instalado en un pequeño museo, una casa antigua con dependencias donde se mantenían muebles originales con maniquíes que permitía hacerse idea de la vida de los primeros pobladores europeos en la zona. 


Un lugar llamativo en el que además cenamos estupendamente. Tocó caza, algo que se repetiría con distintos animales. En concreto, springbok, un tipo de gacela muy abundante por suerte para sus depredadores. Antes de la cena mantuvimos una reunión con Paulo para hablar del día siguiente, jornada en la que nos estrenaríamos en tiendas de campaña. Como en el área abundan las hienas era cuestión de tomar precauciones y conocer los riesgos.


Al día siguiente, otra jornada de tránsito ya que de nuevo tocaba una larga etapa en el camión y el guía sugirió una partida de cartas al uno. Todo un éxito. El salón de juegos era la parte delantera; la mesa el frigorífico donde Lucky guardaba los alimentos y el mantel el mismo que usábamos para comer.


Las paradas para aliviarse eran obligadas y como no había sitios adecuados se instauró un sistema salomónico: hombres a la derecha (arriba) y chicas al otro, pero ante su rechazo a fotografiarse en semejante tesitura no ha quedado constancia gráfica.


Después de cruzar el río Orange, el mayor de Sudáfrica con sus 2.090 kilómetros, nos detuvimos, como el día anterior, en una bodega para comer... pero era domingo y estaba cerrada. Hacía calor y tuvimos que conformarnos con la sombra de los árboles. Felicitamos a Lucky en el día de su cumpleaños y Paulo nos comentó que estaba preocupado ya que tenía mal una muela y le dolía. Pasados unos días su problema de salud se complicaría más.
El guía nos enseñó fotos del viaje de julio en las que se ve a los viajeros dentro del camión con abrigos y gorros de lana ya que no tiene calefacción ni aire acondicionado. De inmediato dejamos de quejarnos por el calor.

 
Llegamos al lodge Monate, que también es una reserva de animales, pero en este campo hubo poco que hacer.




En la imagen superior, la zona elegida para el campamento y abajo nuestra tienda para dos ya montada con Ana en la puerta.


Empleamos la tarde en dar un paseo bajo la solana hasta un picacho cercano para observar animales.

 

Afortunadamente, había un mirador cubierto en la cima.

 

Desde allí, protegidos del sol, oteamos animales con los prismáticos y dejamos pasar el rato.



Después, regreso al campamento y saludo a los springbok de la reserva, tan monos ellos.


Se pasaron un buen rato de un lado para otro, corriendo como locos entre las tiendas, pero sin causar ningún problema.





Y cena a la luz de las estrellas tras la puesta del sol: pollo a la brasa. Exquisito.


El marco, sorprendente: al aire libre pero con velas y mantel. Así fue todo el viaje. Abajo, Paulo habla con Monste y Toni, dos de los viajeros catalanes.


Después de cenar pasamos un buen rato observando el cielo y los que tenían conocimientos de astronomía ilustraron al resto sobre la disposición de las estrellas en el firmamento muy fácil de ver por la falta de contaminación lumínica. Lo curioso es que al estar en el hemisferio sur se ven del lado contrario...




Paulo nos dió unas indicaciones elementales para salir y entrar de las tiendas en la oscuridad. Todos llevábamos linternas frontales que se sujetan en la cabeza y antes de entrar y salir debíamos comprobar que no había moros en la costa: o sea, animalitos varios que por una u otra razón pudieran entrañar algún peligro...