miércoles, 9 de septiembre de 2015

(5) En el Fish River Canyon, primer día en Namibia

Los madrugones son consustanciales a los viajes donde es obligado adaptarse al horario solar: levantarse cuando amanece, sobre las seis, (casi siempre antes, para estar operativos al salir el sol)  y acostarse ya de noche, pero pronto, entre las nueve y media y las diez. Así funcionamos desde el principio y así siguió como tónica general. 

 

El miércoles día 9, al cumplirse la primera semana, el desayuno fue a las 6,30 y de inmediato salimos para Rietfontain, la frontera con Namibia, situada a 70 kilómetros. En estas imágenes, las oficinas de la parte sudafricana.




Los trámites fueron los habituales pero pronto se iban a producir cambios sustanciales que ya se aprecian en la siguiente foto en la que se ve también a Lucky y Themby con sus móviles.
 

Paramos en la primera ciudad namibia para hacer compra general en un supermercado que estaba perfectamente abastecido al modo europeo. Nosotros aprovechamos para tomar un café en un local muy al estilo americano que, sorprendentemente, tenía wifi y en el que nos atendió una camarera de ojos verdes muy simpática realmente espectacular (sorry, no photo). El guía ya nos advirtió de que los namibios son muy abiertos y simpáticos y que lo normal es que nos saludaran desde la calle con las manos al paso del camión, como hicieron en muchas ocasiones.

 

Pero el cambio fundamental no fue otro que pasar del asfalto a la pista de tierra, ripio puro y duro que dirían los argentinos (salud, Gustavo). Lo que en ese momento nos pareció una novedad iba a ser la tónica, salvo honrosas y contadas excepciones, a partir de entonces.

 

La pista, además, fue bajando su nivel de calidad y estrechándose al atravesar paisajes cada vez más desérticos en los que no se advertía casi presencia humana pese a que en un primer momento hubo plantaciones de vid y palmerales, pero a lo largo del viaje nunca nos ofrecieron vino namibio. También vimos a lo lejos nuestra primera jirafa, la primera de otras muchas, pero que provocó expectación.



Tras dar no pocos tumbos, llegamos al que iba a ser uno de los albergues más sorprendentes de la ruta, Gondwana Outpost, una granja en medio de la nada, que alcanzamos tras renquear por un tramo de pista especialmente duro y montuno en el que nuestro conductor tuvo que esforzarse. 

 

 

La granja tenía algo de vegetación en un entorno principalmente desértico y contaba con caballos, pero poco más alrededor, salvo una cosa, claro: el Fish River Canyon, que por eso estábamos allí.


Entre otras peculiaridades, carecía de suministro eléctrico y se apañaban con un generador para disponer de energía eléctrica durante unas horas, y un pozo para el agua. 


En la terraza-salón del complejo dejamos  las mochilas y recorrimos las instalaciones, que ni mucho menos eran al uso.



Algunos detalles verdes sin duda trabajosamente conseguidos nos aislaban de un majestuoso desierto.



Dentro, habitaciones comunales tipo albergue en las que utilizamos los sacos de dormir nos esperaban. Fuimos repartiéndonos antes de comer para irnos de excursión.


Era preciso salir pronto para llegar al cañón con tiempo para bajar al fondo paseando y regresar a la cima para ver la puesta del sol.


Nos desplazamos en dos todoterreno ocupando la parte trasera al gusto de cada cual durante unos 40 minutos.


Al principio casi todos sentados y al poco con la mayoría en pie para disfrutar mejor del paisaje y sortear los meneos del vehículo.


Y así llegamos al Fish River Canyon, el segundo  más largo del mundo con 160 kilómetros, pero lejos de los 440 del Gran Cañón del Colorado.


Resulta increíble imaginar como a lo largo de los años el río del fondo, minúsculo, casi inexistente en esta época, ha podido realizar semejante excavación. En ese momento el río no era tal, más bien charcas aisladas, pero con las lluvias de enero, explicó Paulo, el fondo se llena y el río revive .


Aparcamos los vehículos y desde la parte superior disfrutamos de la vista en plena soledad: nosotros, el tremendo cortado y nada más a la vista.



Y simulamos volar al estilo de lo que habíamos hecho el año anterior en el Gran Cañón del Colorado. Urge enterarse de cual es el tercero del mundo.

Seguro que en el 2016 nos apuntamos para seguir la programación.


Realizamos el decenso por una senda cómoda, pero obviamente en pendiente.


La visión era tremebunda por sus dimensiones e impactante por la ausencia de vida, casi lunar. 

 Nada verde salvo matorrales más bien secos. 

Es difícil imaginar la vida en un ambiente tan inhóspito. Después nos enteraríamos de que la granja, nuestro alojamiento, está prácticamente aislada y que tienen que hacer bastantes kilómetros para aprovisionarse. Por eso no nos extrañó que a la vuelta, el personal estuviera embelesado con una fotonovela de Bolywood.....un lugar duro para vivir, sin duda.


En el fondo del cañón nos encontramos con unas llamativas rocas azul metálico con curiosos dibujos que parecía escritura grabada, pero no por todas su caras ya que algunos de sus laterales mostraban tonos marrones. 

Hubo quien decidió llevarse alguna muestra como si estuvieran en la luna, un capricho que implicó ir cargando con las piedras todo el viaje.


De vuelta a la parte de arriba, comprobamos que justo en un vértice había un pequeño campamento.

 

Y aguardamos la puesta de sol...que llegó con rapidez.



Tras ella, los jeeps volvieron a ponerse en marcha  a fin de disponer del resto de luz para no regresar con noche cerrada. La carretera no lo aconsejaba.


Una vez en la granja resolvimos las cuestiones de intendencia, el aseo entre ellas. En la imagen inferior, Ana y Fely se preparan para la primera ducha de su vida alumbradas por una linterna frontal. Toda una experiencia que no les disgustó.


Y, finalmente, la cena en la terraza con la parafernalia a la que nos acostumbraron Lucky y Thembi, siempre con una cuidada presentación y velas. El menú consistió en carne guisada con zsazsa (harina blanca de maíz) de guarnición tras una sopa también de maíz.


De postre, degustación de amarula (una costumbre que se alargaría todo el viaje gracias a las reservas de Paulo) y hasta una sesión de canciones de la tierra por parte de un grupo de animosos noctámbulos en medio de la estepa namibia. Una rato para recordar que no debió salir del todo mal ya que no se quejaron los que ya estaban en cama.

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