martes, 15 de septiembre de 2015

(8) Cape Cross y Damaraland : Focas y elefantes

La salida de Swakopmund estaba prevista tempranito, como siempre, pero nuestro camión-bus se había constipado el día anterior. El conductor tuvo que llevarlo al taller a primera hora y nos retrasamos. Fue un aviso de lo que pasaría posteriormente con consecuencias para el viaje, pero ya hablaremos de ello cuando llegue el momento.


Como habíamos llegado el día anterior, que era domingo, con todo cerrado, hubo quien aprovechó el retraso para dar una vuelta mañanera y visitar un agradable centro comercial cercano al hotel, aunque sin hacer compras. El equipaje estaba tasado en peso y espacio para la avioneta de Bostwana (solamente 15 kilos en total) y había que esperar mejor ocasión.


Al rato llegamos a la Costa de los Esqueletos, llamada así por la existencia de barcos que naufragaron con bancos de arena y nunca han sido retirados ni desguazados. El que teníamos delante es el Zella, un buque alemán que naufragó a finales de los 80 y pasados los años se ha convertido en una atracción turística. Estábamos en la costa, el día discurría con nubes y no hacía calor, más bien fresco, nada que ver con la abrasadora jornada anterior.



En la playa encontramos unas personas escarbando para extraer moluscos. El sistema era rudimentario y tenían las manos tiesas de tanto mover arena húmeda. De las tres, solo una utilizaba una especie de cuchillo, lo que hacía su trabajo menos penoso.


El barco abandonado a su suerte en un día gris y nuboso producía  una impresión fantasmal. 


 Se acrecentaba cuando por los prismáticos descubrías en primer planos la ruina en que se había convertido y como las aves campaban a su antojo.



De allí nos dirigimos a la reserva de Cape Cross (120 kilómetros al norte de Swakopmund), donde existe una colonia de lobos marinos aunque a nosotros nos parecieron más bien focas, con miles de ejemplares. Pueden ser hasta 100.000 en diciembre, la época de la reproducción.



Pasamos un buen rato observando a estos mamíferos, entre otras cosas viendo el enfado de bebés-lobo marino buscando a su madre para mamar, y como eran rechazados firmemente en muchos casos, suponemos que por no tratarse de su progenitora (no había forma de confirmarlo).



Algunos dormían, pero otros muchos no, y la algarabía que formaban con sus chillidos era enorme. También el olor de sus detritus era muy perceptible.



Lo dicho, unos jugando, otros durmiendo, los peques mamando  (las mamas de las madres son minúsculas, inexistentes más bien) y la mayoría moviéndose y haciendo ruido.


Los que salían del agua, donde también retozaban cientos de ellos, parecían negros, pero poco a poco iban secándose  .


El año anterior habíamos visto una colonia de elefantes marinos en la costa de California, pero no tan numerosa.



Se dice que Cape Cross es uno de los dos lugares de Namibia donde se sacrifican lobos marinos, por la piel y para evitar su impacto en las poblaciones de peces. Según el gobierno, consumen más pescado del que utiliza la industria pesquera, pero organizaciones conservacionistas discrepan de esta afirmación.



Por nuestra parte, la única foca muerta que vimos era una pequeña, posiblemente fallecida de muerte natural o aplastada, que estaba sienso devorada por unas gaviotas.



Cape Cross, además, es conocida por ser el lugar donde desembarcó el portugués Diego Çao en 1486, entonces el punto más meridional que habían alcanzado los europeos. Los exploradores colocaban una cruz y se suponía que con ella tomaban posesión de la zona.



La gesta se recuerda con un monolito y una placa. Curiosamente, la cruz que plantó no fue descubierta hasta finales 1893 por el capitán del SMS Falke cuando ya era colonia alemana.






Después de Cape Cross nuestro vehículo enfiló hacia el interior del país. Las novedades: un calor tremendo que nos impedía siquiera abrir las ventanillas del bus y unas pistas infames que nos hacían botar dentro del vehículo. Desde la ventanilla observamos varios poblados, básicos, elementales, con chozas o pequeñas viviendas hechas de bloque y lata. No te imaginas de qué pueden vivir estas personas en semejante medio (anti) natural.  La siguiente parada fue un puesto comercial de mujeres de la etnia herero.



Eran unos tendajos simples en los que llamaba más la atención los característicos vestidos hasta el suelo y sus sombreros que la mercancía. Parece ser que los herero acostumbraban a vestir como los himba, o sea, prácticamente sin nada, pero los misioneros, en las postrimerías del siglo XIX y principios del XX, no estaban muy de acuerdo y las hicieron pudorosas consiguiendo que se vistieran un poco a la moda europea de la época pero con un colorido peculiar. El sombrero puede tener algo que ver con la forma de la cabeza de la vaca.


Las mujeres estaban acompañadas de niños muy pequeños, sonrientes, descalzos y llenos de polvo, tanto, que casi parecían blancos. Casi todos compramos algo por aquello de echarles un cable .



Y como atravesábamos África, esta señal de tráfico advertía de un posible riesgo. Estamos en la región de Damaraland, la tierra de los Damara.






Ya de tarde llegamos al lodge donde dormiríamos durante dos noches, sin duda el más espectacular de todos los que utilizamos, también de Wilderness. De entrada, el recibimiento fue diferente: a las toallitas frescas y el refresco se unieron los cánticos y el baile del personal que nos daba la bienvenida a Doro Nawas. Quedamos muy sorprendidos porque no creíamos merecer tanto esfuerzo.



El establecimiento, desde el exterior, no llamaba la atención y como todos se confundía bastante con el terreno. 





Dentro ya era otra cosa, y las habitaciones-cabaña, se salían.

 

Amplias, decoradas con gusto, con un cabecero de cama con roca incluida, buena iluminación... nos encantó.



Y como siempre, todas con vistas al inmenso desierto y sin que ninguna tape la vista a otras.



Llegada la hora de la cena (crema de calabaza, pescado o carne, a elegir, y bizcocho borracho de postre) nos encontramos con que habían instalado la mesa en la terraza superior.




O sea, que cenamos bajo las estrellas en una noche oscura iluminados por unas curiosas lámparas formadas por una vela dentro de una bolsa de papel. No sabemos como mantenían rígidas las bolsas para que el papel no se moviera e incendiara, pero lo conseguían. 



Como curiosidad, el pote (de reminiscencias gallegas) en el que nos sirvieron la crema de calabaza. Al fondo una cerveza. Ya nos íbamos familiarizando con las marcas locales.

 


 Otra curiosidad: ducha interior en las habitaciones y otra exterior en la terraza, cercada por esos palos. Una gozada ducharse al aire libre hasta por la noche.


En fin, el lugar contaba también con piscina y  seguro que no se nos olvida a ninguno del grupo. A la mañana siguiente, el desayuno hizo honor al lugar: pan excelente fruta troceada, cereales (como en la mayor parte de los sitios), tortilla de queso...



Cerca de allí se encuentran los petroglifos de Twyfelfontein (Fuente dudosa), declarados patrimonio de la humanidad desde el 2007 ya que tiene una de las mayores concentraciones de toda África. En la foto superior, los baños (letrinas) de la oficina de acceso (está controlado y se visita con guía local), toda ella construida con material de desecho.


 
Era pronto pero habíamos recuperado las altas, muy altas, temperaturas que nos habían dejado de lado en la costa.


Se estiman en unos 2.500 las representaciones descubiertas, siendo la más famosa la del león como de cinco patas de la imagen inferior. Se ha convertido en el símbolo del lugar.



Se estima que las pinturas fueron realizadas hace unos 6.000 años, principalmente para enseñar a los niños qué tipo de animales iban a encontrarse.



Sorprende la perfección y fidelidad al modelo de estos dibujos.



El lugar fue descubierto en 1921 y se piensa que los bosquimanos que los pintaron se movían bastante, ya que aparecen también dibujos de focas y pingüinos.




Regresamos todos juntos ya que los grupos se sucedían.



En una roca vimos este llamativo lagarto.

De vuelta a nuestro alojamiento, hubo quien estrenó la piscina y después comimos en una terraza bajo techado (imprescindible con el calor del mediodía) antes de prepararnos para la excursión de la tarde.



Salimos repartidos en tres todoterrenos con ventanas y un altillo para observar mejor a los animales, salimos a la búsqueda de los elefantes del desierto.



Cada uno de los vehículos los buscaba por separado y lo cierto es que tardamos en dar con ellos. Después, por radio se comunicaron y todos disfrutamos de lo lindo.




Se trata de animales adaptados a la vida del desierto (poca agua, escaso alimento) lo que hace que estos paquidermos pesen de adultos unos 3.000 kilos. En Chobe (Botswana) nos daríamos cuenta de la diferencia con otros que tienen mejor hábitat y pesan el doble. Estas condiciones hacen que los colmillos les crezcan poco, lo que para ellos es una ventaja, aunque no lo sepan ya que dejan de ser atractivos para los furtivos. También les permite echarse de lado en el suelo, lo que sus congéneres de mayor volumen y envergadura nunca pueden hacer ya que se les clavarían.




Fue un regalo para los sentidos poder observar tan de cerca a estos animales, comer, moverse, atender a sus crías y jugar con ellas.



Desde primera fila y en riguoso directo. Estábamos encantados. Según nos explicaron, las manadas suelen estar comandadas por una hembra y a veces hay machos que se les acoplan, pero tratan de rechazarlos. Duermen poco, tres-cuatro horas, y comen unos 300 kilogramos de bayas, hojas y ramas al día. Pudimos verlos mover los árboles para que cayeran al suelo. En esta zona hay unos 200 elefantes y también pastores con vacas, pero al parecer la convivencia no les plantea problemas a ninguna de las partes.


Viven los paquidermos unos 40/50 años y cuando son mayores se quedan sin dientes, por lo que tienen problemas para alimentarse. Suelen entonces desplazarse a zonas de hierba. No se molestaron por nuestra presencia, pero no era prudente acercarse y mucho menos si había crías.




Mediada la tarde, iniciamos el regreso al lodge, pero los guías, como en otras excursiones, nos tenían preparada bebida fresca para entretener una parada. 



Finalidad: descansar un poco con el desierto a nuestros pies.



Contemplamos una vez más una bella puesta de sol...esta vez con un refresco o incluso un gintonic en la mano, a elegir .




Esta planta llamó la atención de los entendidos. Se trata de la welwitschia mirabilis, la flor nacional de Namibia. 

 


Adaptada a las condiciones del desierto, se las apaña para subsistir casi sin agua. Se cree que puede vivir más de 1.000 años, aunque es muy difícil determinar su edad.



 Y una vez que el sol se puso, regreso al lodge para cenar como esperábamos: de entrada, saquito de verduras. 

 


Después, a elegir entre orix (lo probamos ese día, carne rica aunque un poco seca) o cordero. Después, las cuentas con el hotel por las bebidas. Una vez más, demostraron su buena fe: tenían un lío del copón con las consumiciones pese a que supuestamente nos las iban apuntando. Al final, se fiaron de nuestra palabra, lo que nos pasaría muchas veces a lo largo del viaje.


Y prontito a la cama, que al día siguiente madrugaríamos para llegar hasta Epupa, pero habría incidencias no previstas.


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