Tras atravesar Sudáfrica, Namibia y Botswana, llegamos finalmente a las cataratas Victoria, la guinda del pastel de numerosos tours por el sur de África, el nuestro incluido. Están a caballo de dos países, como les ocurre a otros saltos famosos, aunque Zimbawe se lleva la parte principal.
Antes de llegar tuvimos que sortear el cambio de país, de Bostwana a Zimbawe, lo que implicó colas y trámites en la aduana. Fueron un poco tediosos y, además, hubo que pagar una tasa de 30 dólares USA (50 si se quería entrar también en Zambia). La cola fue larga, todos apelotonados en una pequeña oficina. Todos éramos nosotros más varias docenas de turistas alemanes e italianos bajo un calor insufrible. Tras una hora larga, pasamos. Después, otra hora de bus hasta Cataratas Victoria.
Como premio, llegamos al fastuoso hotel de cinco estrellas en el que íbamos a despedir el viaje, el Victoria Falls, un lujerío decimonónico, casi impropio de quien quiere parecerse a un aventurero. Pero qué sitio tan extraordinario.
Construido a principios del siglo XX, mantiene el aire colonial y nos parecía más una embajada que un hotel.
Tiene jardines enormes y una vista excelente sobre el puente que une con Zambia.
Las habitaciones de nivel, con aire de otra época. Sin queja, aunque no todas eran iguales y algunas, como la nuestra, carecía de frigorífico. En otras apareció algún huésped no invitado en forma de cucaracha...o monos, que campaban a sus anchas por las inmediaciones.
Pero lo cierto es que todo tenía un encanto especial y el personal, atentísimo y bastante numeroso, no paraba de sonreir.
El interior tiene aires de otros tiempos, con fotos históricas en las paredes, cabezas de animales, mobiliario, todo en amplios pasillos y salones.
Se nos ocurrió que debería tener prevista una visita guiada a sus instalaciones, por lo demás muy amplias, ya que tiene mucha historia a sus espaldas y por allí han pasado grandes personajes. Además, en Victoria Falls no hay otra cosa que ver que las cataratas e ir a las tiendas (y la correspondiente ración de mercadillos de artesanía, regateo incluido).
Es una pequeña población construida para dar servicios a los visitantes. Lo más histórico, junto con el puente, es este hotel. Por aquí han pasado cabezas reales, incluida la reina Isabel de Inglaterra en su primer viaje tras la primera guerra mundial. En aquella ocasión se cerró para su uso exclusivo. Antes habían estado Eduardo VIII o Jorge VI.
La piscina, a la altura del recinto en cuanto a servicios; toallas, tumbonas, sin límite horario, bar anexo...
No sé si allí desentonábamos, quizás sí, pero son otros tiempos y ahora completa sus habitaciones con viajes organizados donde vamos la clase de tropa.
La primera noche acudimos a cenar a un tapas bar, el Lola's Tapas Bar, denominación que fuera de nuestro país identifica a los bares españoles. Está regentado por una burgalesa, María Dolores, y su marido, Jose Luis, barcelonés, que llevan aquí cinco años y nos contaron su historia y con los que nos fotografíamos (segundo y cuarta de izquierda a derecha). Dicen que están muy a gusto.
Al regresar esa noche, la del sábado, en uno de los patios interiores tuvimos un momento shock ante un ruido intenso que no podíamos identificar. Petrificados, empezamos a investigar y descubrimos que unas ranas pequeñas del estanque eran la causa. Increíble que alcanzaran tal nivel acústico.
Los desayunos en el hotel estaban acordes con su nivel, aunque seguíamos experimentando cierto pudor en estos tiempos por el omnipresente binomio personal negro-clientes blancos.
En fin, un buffet libre con todo tipo de manjares, desde fruta y los ingredientes del desayuno inglés, quesos, de todo, hasta champán o algo parecido. Con un servicio acorde. Lujazo. Y en unas instalaciones abiertas, en parte cubiertas, que con el fresquito de la mañana era una delicia.
El baño femenino, con Fely de estrella, también respondía a los estándares del establecimiento.
A la mañana siguiente. domingo, la mayoría partimos de excursión a la base de las cataratas. Lo que se prometía como una actividad agradable de final de viaje no lo fue tanto .
El organizador local nos ofreció el día anterior dos alternativas: la caminata o un crucero por el río Zambeze para ver la puesta de sol. Hubo quien preguntó si se podía bajar en sandalias a la base y hasta qué punto era duro. Explicó que era un descenso, sin problema, y que se podía hacer con cualquier calzado, y perfectamente con sandalias.
Por abreviar, diré que ni mucho menos. Fue una bajada extremadamente dura (largas escaleras en pendiente de casi 90º) y una vez abajo, caminar sin protección por un angosto caminejo sobre el río, pero a una altura considerable. Y con chaleco salvavidas, casco y remo, necesarios pero de los que nadie nos había hablado, que nos dificultaban los movimientos.
El paseo fue complicado para todos, especialmente para la persona que había preguntado lo de las sandalias y que todavía no lo ha olvidado. Después nos quejamos a Paulo: debían de tener la información completa sobre la actividad que nos ofertaban y no hacernos pasar por riesgos innecesarios y, sobre todo, mal equipados. Un tema a mejorar.
Por lo demás, la belleza del lugar, fuera de dudas, pero con la información adecuada hubiera sido otra cosa.
Ya en la base, exhaustos algunos, cruzamos en una zodiac al otro lado del río.
Allí prosiguió la excursión para quienes lo desearon, caminando a gatas por encima de rocas muy resbaladizas. Lo más apropiado para ir con sandalias ya mojadas por el suelo de la balsa.
El resto permaneció en la embarcación. En la imagen inferior, tomada desde la zodiac, se ve una parte del histórico puente que comunica con Zambia.
El rato en la lancha, mientras esperábamos a los que habían proseguido la caminata, no estuvo exento de interés gracias al capitán Frank, el de la gorra roja (debajo).
Era un chaval simpático, con ganas de hablar. Así supimos que tenía dos esposas (a la vez), seis hijos de ambas, cinco niñas y un niño, que era cristiano evangelista y que aspira a tener dinero suficiente para tener cuatro esposas. Cuenta con percibir al menos 20 vacas por cada una de sus hijas, cuando se casen. Alucinamos. Como respuesta, le dijimos que en España y Europa eso era ilegal, un delito, pero sí pueden casarse dos hombres, o dos mujeres. Su gesto de rechazo fue todo un poema. Un choque de culturas con Frank, que pese a su aspecto juvenil confesó 41 años.
Tras la vuelta de los viajeros, algunos se dieron un chapuzón e iniciamos el regreso, que fue igual de complicado aunque ya teníamos algo de experiencia.
En un recodo del río la corriente arrastraba una maraña de vegetación tipo sargazos que casi impedían deslizarse a la zodiac.
Tras la caminata, agotados, sudorosos, no, empapados hasta los tuétanos, rapiditos a ver las cataratas, que era mediodía y no teníamos otra opción. Y es que al día siguiente, tras el vuelo en helicóptero sobre este enorme salto de agua, regresábamos a casa.
Allí nos dirigimos a toda velocidad, a Mosi-oa-tunya, el humo que truena, su nombre tradicional y una definición simple pero absolutamente ajustada. La entrada, 30 dólares per cápita. Son patrimonio de la humanidad desde 1989 y fue Livingstone el primer europeo que las vio en 1855.
Por lo que sabemos, no es lo mismo visitar este gigantesco salto de agua en primavera que en otoño cuando el volumen de agua está en su esplendor tras la época de lluvias.
Nosoros vimos un salto de agua de unos cientos de metros, pero en la época en que van cargadas alcanza los 1.700 metros de anchura, son enormes.
Es un salto especial, ancho pero con muy poca distancia con la pared de enfrente, desde donde se disfruta el espectáculo. Esta angostura provoca también el humo que provoca el agua pulverizada, apreciable desde mucha distancia. Nada que ver con Iguazú o las del Niágara.
Arriba se puede apreciar la zona de cataratas que nosotros contemplamos. Por lo que vimos en fotos y películas, todo lo que aparece seco en la imagen inferior es también cascada en la época en que van llenas. Igualmente, el nivel es mayor, una marea enorme.
No se aprecia bien pero en estas fotos, al fondo, está la llamada piscina del diablo, que ha sido calificada como la piscina más peligrosa del mundo y algunas muertes ha causado. El caso es que para llegar allí hace falta cruzar a Zambia, pagar la entrada al parque, otros 30 dólares y 40 más por disfrutar de la piscina. El único que experimentó la sensación fue David y comentó que tenían que sujetarte fuertemente por las piernas en el punto de la caída del agua pero que era una gozada. Perdió el testimonio gráfico al perder también su cámara en el rafting salvaje por el Zambeze que realizó a la mañana siguiente.
Como las cataratas son tan largas, el paseo que han construido enfrente para verlas lleva un rato recorrerlo. Aunque hacía calor, algo de fresco venía del agua, y ayuda. Dicen que en la temporada en que bajan enormes es imposibles ver el fondo, solo se distingue una melé de niebla y humo.
A cabamos la visita a las cataratas y nos dirigimos andando al puente que comunica con Zambia. Hay que pasar el puesto fronterizo, donde te dan sin mayor problema un papelito que te autoriza a llegar a la mitad, donde empieza el territorio zambiano. Por supuesto, entramos unos metros en este otro país por aquello de decir que también estuvimos allí... . Data de 1904 y es una obra de ingeniería tremenda teniendo en cuenta que los materiales vinieron de Inglaterra, y que traerlos al centro de África debió ser una epopeya. Es interesante ver las fotos de su construcción, que están por muchos sitios.
La vista desde el puente es magnífica, pese a que el caudal del Zambeze discurría en horas bajas.
En el puente hay sendos carriles para el tráfico a ambos lados de la vía férrea, una combinación poco habitual. Formaba parte del sueño de Cecil Rhodes, que se hizo realidad, de una línea entre El Cabo y El Cairo. Este personaje fue un colonizador, político, fundador de Rodesia (lo que hoy son Zambia y Zimbawe) y de la compañía de diamantes más famosa del mundo hoy día, De Beers, y eso que murió con solo 48 años.
Mientras estábamos allí pasó un tren y provocó cierto temblor en la estructura, sin más. Las aceras son minúsculas aunque tampoco había tráfico peatonal.
En medio hay una pequeña estructura saliente donde es posible realizar saltos sobre el cañon. Presenciamos como una pareja de belgas hizo puenting, pero tirándose de pie, no de cabeza, una variedad que se denomina swing. A los que esta actividad nos parece algo inalcanzable sufrimos incluso en cabeza ajena.
Pero los involucrados, aunque muy serios antes de lanzarse al vacío, suponemos que disfrutaron con la experiencia. Tras el salto, los izan con unos cables y los depositan en una plataforma bajo la zona peatonal del puente.
Desde el jardín del hotel, la vista del puente es espectacular todo el día y también de noche .
Tanto ese día como el anterior, hubo gente del grupo que pasó a Zambia. El objetivo no era otro que ver las cataratas desde allí y acercarse, si acaso, a la piscina del diablo. Evidentemente, los dos países sacan lo que pueden a los turistas. La noche del domingo cenamos en la terraza del hotel, lo que costó un poco pues estaba a tope. Fue muy agradable y muy bien atendidos. Después, última sesión de Amarula con Paulo a modo de despedida haciendo una especie de botellón improvisado en los jardines del hotel con los vasos que trajimos de las habitaciones. Era el 27 de septiembre por la noche, y ya conocíamos el resultado de las elecciones catalanas de ese día.
Al día siguiente, pronto como siempre, era el momento de plegar velas. O sea, de regresar cada mochuelo a su olivo. Antes, la despedida, un vuelo de unos minutos en helicóptero sobre las cataratas. En la foto anterior estamos ya listos con nuestros compañeros de vuelo, Concha y Joaquín.
Pese a su poca duración, fue interesante y casi suficiente. Lo que se ve arriba es el río antes de caer por la pared de las cataratas, que se localizan al fondo, donde hay una especie de humareda humo. Con el río al completo desaparecen los islotes que se ven en la fotografía.
Desde el aire te haces una idea más exacta de cañones, cataratas y río.
En estas dos fotos, arriba y abajo, se aprecian bien el esquema físico de las cataratas y el espacio seco que también ocupa el agua cuando el Zambeze es un río potente.
Y con esta vista expectacular tomada desde el helicóptero nos despedimos de este lugar extraordinario.
De vuelta al hotel, la siempre farragosa (y pelín morriñenta) tarea de cerrar la maleta.
Mucho menos engorroso fue dar el último vistazo a estos salones que han contemplado a tanto personaje en algo más de un siglo de existencia.
Eso sí, el hotel no siempre fue como ahora lo vemos aunque empezó más pequeño y fue ampliado en etapas posteriores.
Finalmente, vuelta a las maletas, al bus, al aeropuerto de Victoria Falls y vuelo a Johannesburgo, desde donde todos regresamos a Londres para, allí, dividirnos entre Barcelona y Madrid, los lugares de procedencia.
Bueno, todos no. Una pareja iba a proseguir las vacaciones unos días en Mozambique. Como tenían que pasar una noche más en Victoria, tantearon el precio del hotel. Llegaron a la conclusión de que la tarifa, por libre, era excesiva y eso que les hacían una rebaja. Por eso, y aunque solo era una noche, se mudaron.
En el aeropuerto y en Johanesburgo todo discurrió con normalidad y volvimos todos a casa sin problemas, en un Airbus imponente de cerca de 500 plazas en el que casi 40 personas de la tripulación pululaban por sus dos inmensos pisos.
Fue una gozada acabar el viaje en este bicho porque, al no ir al completo, tuvimos espacio suficiente para relajarnos y llegar a Londres relativamente descansados.